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Canalla, Prisionera, Princesa
Morgan Rice
De Coronas y Gloria #2
Morgan Rice ha concebido lo que promete ser otra brillante serie, que nos sumerge en una fantasГa de valor, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un fuerte conjunto de personajes que harГЎ que los aclamemos a cada pГЎgina… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores a los que les gusta la fantasГa bien escrita. Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (sobre el Despertar de los dragones) CANALLA, PRISIONERA, PRINCESA es el libro #2 en la serie de fantasГa Г©pica DE CORONAS Y GLORIA de la autora #1 en ventas Morgan Rice, que empieza con ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1) Ceres es una hermosa chica pobre de Delos, una ciudad del Imperio, que se ve obligada por real decreto a luchar en el Stade, la cruel arena donde vienen guerreros de todos los rincones del mundo para matarse los unos a los otros. Se enfrenta a feroces contrincantes y sus probabilidades de sobrevivir son escasas. Su Гєnica oportunidad estГЎ en recurrir a sus poderes mГЎs recГіnditos y hacer la transiciГіn, de una vez por todas, de esclava a guerrera. El prГncipe Thanos, de 18 aГ±os, despierta en la isla de Haylon y descubre que su propia gente lo han apuГ±alado por la espalda y lo han dejado por muerto en la playa empapada de sangre. Capturado por los rebeldes, debe abrirse camino a la vida de nuevo poco a poco, descubrir quiГ©n intentГі asesinarle y tratar de vengarse. Ceres y Thanos, separados por un mundo, no han perdido el amor que se tienen el uno al otro; pero en la corte del Imperio abundan las mentiras, la traiciГіn y la hipocresГa y, mientras los envidiosos miembros de la realeza tejen complejas mentiras, a cada uno de ellos, por una trГЎgica confusiГіn, les hacen creer que el otro estГЎ muerto. Las decisiones que tomen determinarГЎn sus destinos. ВїSobrevivirГЎ Ceres al Stade y se convertirГЎ en la guerrera que debe ser? ВїSe recuperarГЎ Thanos y descubrirГЎ el secreto que le han ocultado? Obligados a separarse, ВїvolverГЎn a encontrarse los dos? CANALLA, PRISIONERA, PRINCESA cuenta una historia Г©pica de amor trГЎgico, venganza, ambiciГіn y destino. Llena de personajes inolvidables y una acciГіn que harГЎ palpitar a tu corazГіn, nos transporta a un mundo que nunca olvidaremos y hace que nos enamoremos de nuevo de la fantasГa. Un libro de fantasГa lleno de acciГіn que seguro que satisfarГЎ a los admiradores de las anteriores novelas de Morgan Rice, junto con los admiradores de obras como El ciclo del legado de Christopher Paolini… Los admiradores de la FicciГіn para jГіvenes adultos devorarГЎn este Гєltimo trabajo de Rice y pedirГЎn mГЎs. The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones) ВЎPronto se publicarГЎ el libro#3 en DE CORONAS Y GLORIA!
CANALLA, PRISIONERA, PRINCESA
(DE CORONAS Y GLORIA-LIBRO 2)
MORGAN RICE
Morgan Rice
Morgan Rice tiene el #1 en Г©xito de ventas como el autor mГЎs exitoso de USA Today con la serie de fantasГa Г©pica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de once libros; de la serie #1 en ventas LA TRILOGГЌA DE SUPERVIVENCIA, novela de suspense post-apocalГptica compuesta de dos libros (y subiendo); y de la nueva serie de fantasГa Г©pica REYES Y HECHICEROS, compuesta de seis libros; y de la nueva serie de fantasГa Г©pica DE CORONAS Y GLORIA. Los libros de Morgan estГЎn disponibles en audio y ediciones impresas y las traducciones estГЎn disponibles en mГЎs de 25 idiomas.
A Morgan le encanta escucharte, asГ que, por favor, visita www.morganrice.books (http://www.morganrice.books/) para unirte a la lista de correo, recibir un libro gratuito, recibir regalos, descargar la app gratuita, conocer las Гєltimas noticias, conectarte con Facebook o Twitter ВЎy seguirla de cerca!
Algunas opiniones sobre Morgan Rice
“Si pensaba que no quedaba una razГіn para vivir tras el final de la serie EL ANILLO DEL HECHICERO, se equivocaba. En EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice consigue lo que promete ser otra magnГfica serie, que nos sumerge en una fantasГa de trols y dragones, de valentГa, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan de nuevo ha conseguido producir un conjunto de personajes que nos gustarГЎn mГЎs a cada pГЎgina… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores que disfrutan de una novela de fantasГa bien escrita”.
--Books and Movie Reviews
Roberto Mattos
“Una novela de fantasГa llena de acciГіn que seguro satisfarГЎ a los fans de las anteriores novelas de Morgan Rice, ademГЎs de a los fans de obras como EL CICLO DEL LEGADO de Christopher Paolini… Los fans de la FicciГіn para JГіvenes Adultos devorarГЎn la obra mГЎs reciente de Rice y pedirГЎn mГЎs”.
--The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones)
“Una animada fantasГa que entrelaza elementos de misterio e intriga en su trama. La senda de los hГ©roes trata sobre la forja del valor y la realizaciГіn de un propГіsito en la vida que lleva al crecimiento, a la madurez, a la excelencia… Para aquellos que buscan aventuras fantГЎsticas sustanciosas, los protagonistas, las estrategias y la acciГіn proporcionan un fuerte conjunto de encuentros que se centran en la evoluciГіn de Thor desde que era un niГ±o soГ±ador hasta convertirse en un joven adulto que se enfrenta a probabilidades de supervivencia imposibles… Solo el comienzo de lo que promete ser una serie Г©pica para jГіvenes adultos”.
--Midwest Book Review (D. Donovan, eBook Reviewer)
”EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: conspiraciones, tramas, misterio, caballeros valientes e incipientes relaciones repletas de corazones rotos, engaño y traición. Lo entretendrá durante horas y satisfará a personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del género fantástico”.
-Books and Movie Reviews, Roberto Mattos
“En este primer libro lleno de acciГіn de la serie de fantasГa Г©pica El anillo del hechicero (que actualmente cuenta con 14 libros), Rice presenta a los lectores al joven de 14 aГ±os Thorgrin “Thor” McLeod, cuyo sueГ±o es alistarse en la LegiГіn de los Plateados, los caballeros de Г©lite que sirven al rey… La escritura de Rice es de buena calidad y el argumento intrigante”.
--Publishers Weekly
Libros de Morgan Rice
EL CAMINO DE ACERO
SOLO LOS DIGNOS (Libro #1)
DE CORONAS Y GLORIA
ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1)
CANALLA, PRISIONERA, PRINCESA (Libro#2)
REYES Y HECHICEROS
EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1)
EL DESPERTAR DEL VALIENTE (Libro #2)
EL PESO DEL HONOR (Libro #3)
UNA FORJA DE VALOR (Libro #4)
UN REINO DE SOMBRAS (Libro#5)
LA NOCHE DE LOS VALIENTES (Libro#6)
EL ANILLO DEL HECHICERO
LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1)
UNA MARCHA DE REYES (Libro #2)
UN DESTINO DE DRAGONES (Libro #3)
UN GRITO DE HONOR (Libro #4)
UN VOTO DE GLORIA (Libro #5)
UNA POSICIГ“N DE VALOR (Libro #6)
UN RITO DE ESPADAS (Libro #7)
UNA CONCESIГ“N DE ARMAS (Libro #8)
UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9)
UN MAR DE ARMADURAS (Libro #10)
UN REINO DE ACERO (Libro #11)
UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12)
UN MANDATO DE REINAS (Libro #13)
UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14)
UN SUEГ‘O DE MORTALES (Libro #15)
UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16)
EL DON DE LA BATALLA (Libro #17)
LA TRILOGГЌA DE SUPERVIVENCIA
ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (Libro #1)
ARENA DOS (Libro #2)
ARENA TRES (Libro #3)
VAMPIRA, CAГЌDA
ANTES DEL AMANECER (Libro #1)
EL DIARIO DEL VAMPIRO
TRANSFORMACIГ“N (Libro #1)
AMORES (Libro #2)
TRAICIONADA(Libro #3)
DESTINADA (Libro #4)
DESEADA (Libro #5)
COMPROMETIDA (Libro #6)
JURADA (Libro #7)
ENCONTRADA (Libro #8)
RESUCITADA (Libro #9)
ANSIADA (Libro #10)
CONDENADA (Libro #11)
OBSESIONADA (Libro #12)
ВЎEscucha la serie EL ANILLO DEL HECHICERO en su versiГіn audiolibro!
Derechos Reservados В© 2016 por Morgan Rice. Todos los derechos reservados. A excepciГіn de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicaciГіn puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperaciГіn de informaciГіn, sin la autorizaciГіn previa de la autora. Este libro electrГіnico estГЎ disponible solamente para su disfrute personal. Este libro electrГіnico no puede ser revendido ni regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, tiene que adquirir un ejemplar adicional para cada uno. Si estГЎ leyendo este libro y no lo ha comprado, o no lo comprГі solamente para su uso, por favor devuГ©lvalo y adquiera su propio ejemplar. Gracias por respetar el arduo trabajo de esta escritora. Esta es una obra de ficciГіn. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginaciГіn de la autora o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia. Imagen de la cubierta Derechos reservados Kiselev Andrey Valerevich, utilizada bajo licencia de Shutterstock.com.
ГЌNDICE
CAPГЌTULO UNO (#u0e10a27c-fc42-506a-a8a3-5244b19c24d1)
CAPГЌTULO DOS (#u9a3c03cf-8934-5d98-8eb5-82092fc65c7c)
CAPГЌTULO TRES (#ue44637fb-77cc-5194-9cfe-70481f97b828)
CAPГЌTULO CUATRO (#ue6a9deb7-e160-53c7-ae5a-770de1457500)
CAPГЌTULO CINCO (#uaa7cb5dc-4f00-54a8-9e6b-34bf5f5f5918)
CAPГЌTULO SEIS (#u698f287f-f8ce-585d-b504-027b97708259)
CAPГЌTULO SIETE (#u0b607909-3f5b-5408-8fcf-3c1343cbbf22)
CAPГЌTULO OCHO (#u0f3d4b28-8102-5fbb-b966-53283af4b5d4)
CAPГЌTULO NUEVE (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO DIEZ (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO ONCE (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO DOCE (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO TRECE (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO CATORCE (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO QUINCE (#litres_trial_promo)
CAPÍTULO DIECISÉIS (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO DIECISIETE (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO DIECIOCHO (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO DIECINUEVE (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO VEINTE (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO VEINTIUNO (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO VEINTIDГ“S (#litres_trial_promo)
CAPÍTULO VEINTITRÉS (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO VEINTICUATRO (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO VEINTICINCO (#litres_trial_promo)
CAPÍTULO VEINTISÉIS (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO VEINTISIETE (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO VEINTIOCHO (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO VEINTINUEVE (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO TREINTA (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO TREINTA Y UNO (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO TREINTA Y DOS (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO TREINTA Y TRES (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO TREINTA Y CUATRO (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO TREINTA Y CINCO (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO TREINTA Y SEIS (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO TREINTA Y SIETE (#litres_trial_promo)
CAPГЌTULO UNO
“¡Ceres! ¡Ceres! ¡Ceres!”
Ceres sentГa el canto de la multitud con la misma claridad que el ruido seco del latido de su corazГіn. LevantГі su espada en agradecimiento, agarrГЎndola con fuerza al hacerlo para examinar la piel. No le importaba que quizГЎs supieran su nombre desde hacГa solo unos instantes. Le bastaba que lo conocieran y que resonara en su interior, de manera que podГa sentirlo casi como una fuerza fГsica.
Al otro lado del Stade, mirГЎndola, su contrincante, un combatiente enorme, caminaba de un lado a otro por la arena. Ceres tragГі saliva al verlo, mientras el miedo crecГa en su interior por mucho que quisiera reprimirlo. SabГa que esta podrГa muy bien ser la Гєltima lucha de su vida.
El combatiente daba vueltas de un lado a otro como un leГіn enjaulado, blandiendo su espada en el aire dibujando arcos que parecГan estar diseГ±ados para exhibir sus protuberantes mГєsculos. Con su coraza y su casco con visera parecГa que hubiera sido esculpido en piedra. A Ceres le costaba creer que fuera solo de carne y hueso.
Ceres cerrГі los ojos y se armГі de valor.
Puedes hacerlo, se dijo a sГ misma. Puede que no ganes, pero debes enfrentarte a Г©l con valor. Si tienes que morir, muere con honor.
Un toque de trompeta sonГі en los oГdos de Ceres, que se oyГі por encima incluso del aullido de la multitud. LlenГі la arena y, de repente, su contrincante se lanzГі al ataque.
Era mГЎs rГЎpido de lo que ella pensaba que un hombre tan grande podrГa serlo, llegГі hasta ella antes de que tuviera ocasiГіn de reaccionar. Lo Гєnico que Ceres pudo hacer para esquivarlo fue levantar el polvo mientras se apartaba del camino del guerrero.
El combatiente blandiГі su espada con las dos manos y Ceres se agachГі, sintiendo la rГЎfaga de aire al pasar. ParecГa estar derribando algo a hachazos, como un carnicero empuГ±ando su cuchillo y cuando ella girГі y parГі el golpe, el impacto del metal contra el metal resonГі en sus brazos. No pensaba que fuera posible que un guerrero pudiera ser asГ de fuerte.
Se alejГі dando cГrculos y su contrincante la siguiГі con una desalentadora inevitabilidad.
Ceres escuchaba cГіmo su nombre se mezclaba con los gritos y los abucheos de la multitud. Se obligaba a concentrarse; mantenГa los ojos fijos en su contrincante e intentaba recordar sus entrenamientos, pensando en todas las cosas que podГan pasar a continuaciГіn. IntentГі dar cuchilladas y despuГ©s hizo rodar su muГ±eca para bloquear con su espada.
Pero el combatiente apenas refunfuГ±Гі cuando la espada le cortГі un trozo de antebrazo.
SonriГі como si le hubiera gustado.
“Pagarás por esto”, la alertó. Su acento era marcado, de alguno de los rincones lejanos del Imperio.
De nuevo estaba sobre ella, obligГЎndola a bloquear y esquivar y ella sabГa que no podГa arriesgarse a un choque frontal, no con alguien asГ de fuerte.
Ceres sintiГі que el suelo cedГa bajo su pie derecho, una sensaciГіn de vacГo donde deberГa haber un apoyo sГіlido. BajГі la vista y vio que la arena se vertГa en un hoyo que habГa allГЎ abajo. Por un instante, su pie colgГі en el vacГo y ella movГa su espada a ciegas mientras luchaba por mantener el equilibrio.
El bloqueo del combatiente fue casi despectivo. Por un instante, Ceres estuvo segura de que iba a morir porque no habГa manera de detener completamente el golpe de vuelta. SintiГі la sacudida del golpe contra su espada. Sin embargo, eso hizo que redujera la velocidad al impactar contra su armadura. Su coraza presionГі su carne con una fuerza violenta mientras que, al detenerse, ella sintiГі un dolor ardiente cuando la espada pasГі rГЎpidamente por su clavГcula.
TropezГі hacia atrГЎs y, al hacerlo, vio que se abrГan mГЎs hoyos por el suelo de la arena, como bocas de bestias hambrientas. Y entonces, desesperada, tuvo una idea: quizГЎs podrГa usarlos a su favor.
Ceres rodeaba los bordes de los hoyos, con la esperanza de retrasar el momento en el que Г©l se acercara.
“¡Ceres!” llamó Paulo.
Se girГі y su armero arrojГі una lanza corta en su direcciГіn. La vara dio un golpe seco en su resbaladiza mano, la madera tenГa un tacto ГЎspero. La lanza era mГЎs corta que las que se hubieran usado en una batalla real, pero aГєn asГ era lo suficientemente larga para abrirse camino con su punta en forma de hoja a travГ©s de los hoyos.
“Te cortaré a rodajas una a una”, prometió el combatiente, acercándose lentamente.
Ceres pensГі que con un combatiente tan fuerte lo mejor serГa agotarlo. ВїCuГЎnto tiempo podrГa aguantar luchando alguien tan enorme? Ceres sentГa que sus mГєsculos ya le ardГan y que el sudor caГa por su cara. ВїSe sentirГa igual de mal el combatiente al que se enfrentaba?
Era imposible de saber con certeza, pero era lo que le daba mГЎs esperanza. AsГ que ella esquivaba y golpeaba, usando la longitud de la lanza lo mejor que podГa. ConsiguiГі escurrirse entre las defensas del gigante guerrero pero, sin embargo, su espada tan solo conseguГa repiquetear en su armadura.
El combatiente levantГі polvo hacia los ojos de Ceres, pero esta se girГі a tiempo. Se dio la vuelta de nuevo e hizo movimientos circulares con la espada por lo bajo, hacia sus desprotegidas piernas. Г‰l esquivГі aquel barrido de un salto, pero ella consiguiГі hacerle otro corte en el antebrazo al retirar la espada.
Ceres golpeaba por arriba y por abajo ahora, apuntando hacia las extremidades de su oponente. Aquel hombre grande esquivaba y paraba los golpes, intentando encontrar el modo de hacer algo mГЎs que tanteos, pero Ceres continuaba moviГ©ndose. ApuntГі hacia su cara, con la esperanza de por lo menos desviar su atenciГіn.
El combatiente cogiГі la lanza. La agarrГі detrГЎs de su cabeza, tirГЎndola hacia delante mientras daba un paso al lado. Ceres tuvo que soltarla, porque no querГa arriesgarse a que aquel hombretГіn tirara de ella hacia su espada. Su contrincante partiГі la lanza en su rodilla con la misma facilidad con la que hubiera roto una ramita.
La multitud rugiГі.
Ceres sintiГі un sudor frГo en la espalda. Por un instante, visualizГі a aquel gigante rompiendo su cuerpo con la misma facilidad. TragГі saliva al pensarlo y preparГі de nuevo su espada.
Agarraba la empuГ±adura con ambas manos cuando vinieron los siguientes golpes, pues era el Гєnico modo de absorber algo del poder de los ataques del combatiente. AГєn asГ, era increГblemente difГcil. A cada golpe parecГa que ella era una campana golpeada por un martillo. Con cada uno de ellos parecГa que un movimiento sГsmico corrГa por sus brazos.
Ceres ya se sentГa cansada por el ataque. Cada respiraciГіn le costaba, como si respirara a la fuerza. No tenГa sentido intentar contraatacar ahora o hacer otra cosa que no fuera retroceder y esperar.
Y entonces sucediГі. Lentamente, Ceres sintiГі que el poder brotaba dentro de ella. Vino con un calor, como las primeras brasas de una quema de maleza. Se quedГі en la boca de su estГіmago, a la espera, y Ceres fue a por Г©l.
La energГa la inundaba. El mundo iba a menor velocidad, a paso de tortuga, y ella sintiГі de repente que tenГa todo el tiempo del mundo para parar el siguiente ataque.
TambiГ©n tenГa toda la fuerza. Lo bloqueГі con facilidad y, a continuaciГіn, blandiГі su espada e hizo un corte en el brazo del combatiente en una nebulosa de luz y velocidad.
“¡Ceres! ¡Ceres!” rugió la multitud.
Ella vio cГіmo la ira del combatiente crecГa a medida que el cГЎntico de la multitud continuaba. Ella podГa entender el por quГ©. Se suponГa que debГan cantar el nombre de Г©l, proclamar su victoria y disfrutar la muerte de ella.
Г‰l gritГі y embistiГі hacia delante. Ceres esperГі mientras se atreviГі, obligГЎndose a quedarse quieta hasta que Г©l casi la alcanzГі.
Entonces se dejГі caer. SintiГі el susurro de su espada pasando por encima de su cabeza, seguido de la ГЎspera arena cuando sus rodillas tocaron el suelo. Se lanzГі hacia delante, balanceando su espada en un arco que golpeГі las piernas del combatiente al pasar.
Г‰l tropezГі de cara al suelo y la espada se le cayГі de la mano.
La multitud enloqueciГі.
Ella lo observaba desde arriba, mirando al horrible daГ±o que su espada habГa hecho en sus piernas. Por un instante, se preguntГі si podrГa conseguir ponerse de pie incluso asГ, pero Г©l se desplomГі hacia atrГЎs, girГЎndose sobre su espalda y levantando una mano como si suplicara piedad. Ceres retrocediГі y mirГі hacia la realeza que decidirГa si el hombre que tenГa enfrente vivirГa o morirГa. En cualquier caso, decidiГі ella, no matarГa a un guerrero indefenso.
Se escuchГі otro toque de trompeta.
A continuaciГіn se escuchГі un rugido mientras se abrГan las puertas de hierro en el lateral de la arena y el tono fue suficiente para que un escalofrГo recorriera a Ceres. En aquel instante, sintiГі que no era mГЎs que una presa, algo que debГa cazarse, algo que tenГa que correr. OsГі alzar la vista hacia el cercado de la realeza, sabiendo que aquello debГa ser intencionado. La lucha habГa terminado. Ella habГa ganado. Sin embargo, aquello no era suficiente. EntendiГі que iban a matarla de un modo u otro. No dejarГan que saliera del Stade con vida.
Una criatura, mГЎs grande que un humano y cubierta por un pelo enmaraГ±ado, entrГі con un pesado movimiento. Unos colmillos sobresalГan de su cara, parecida a la de un oso, mientras unas protuberancias espinosas lo hacГan a lo largo de la espalda de la criatura. En los pies tenГa unas garras tan largas como puГ±ales. Ceres no sabГa quГ© era, pero no le hacГa falta para saber que serГa mortГfera.
La criatura con aspecto de oso se puso sobre sus cuatro patas y corriГі hacia delante, mientras Ceres preparaba su espada.
Primero llegГі hasta el combatiente caГdo y Ceres hubiera apartado la vista si se hubiera atrevido. El hombre gritГі cuando esta se abalanzГі sobre Г©l, pero no hubo modo de salir rodando de su camino. Aquellas garras gigantes se clavaron hacia abajo y Ceres escuchГі el crujido de su coraza al ceder. La bestia rugГa mientras atacaba salvajemente a su antiguo contrincante.
Cuando alzГі la vista, sus dientes estaban cubiertos de sangre. MirГі hacia Ceres, le enseГ±Гі los dientes y embistiГі.
Apenas le dio tiempo de apartarse a un lado, mientras daba cuchilladas a su paso. La criatura soltГі un grito de dolor.
Sin embargo, el mismo impulso arrancГі la espada de sus manos, con la sensaciГіn de que podrГa arrancarle el brazo si no la soltaba. ObservГі horrorizada cГіmo su espada iba dando vueltas por la arena hasta ir a parar a uno de los hoyos.
La bestia continuaba avanzando y Ceres, frenГ©tica, bajГі la vista hacia el lugar donde los dos trozos de la lanza rota estaban sobre la arena. Se lanzГі hacia ellos, agarrГі uno de los trozos y rodГі en un solo movimiento.
Mientras ella se levantaba sobre una rodilla, la criatura ya estaba atacando. Se dijo a sГ misma que no podГa correr. Esta era su Гєnica oportunidad.
Iba disparada hacia ella, el peso y la velocidad de aquella cosa hicieron que Ceres se pusiera de pie. No habГa tiempo para pensar, no habГa tiempo para tener tiempo. Ella atacaba con el trozo roto de su lanza, dando golpes una y otra vez con Г©l mientras se le acercaban las garras de la bestia con aspecto de oso.
Su fuerza era terrible, demasiada para igualarla. Ceres sintiГі que sus costillas podГan estallar por su presiГіn, la coraza que llevaba crujГa bajo la fuerza de la criatura. SentГa sus garras como un rastrillo sobre su espalda y sus piernas, la agonГa la abrasaba por dentro.
Su pellejo era demasiado grueso. Ceres le daba mГЎs y mГЎs golpes, pero sentГa que la punta de su lanza apenas penetraba su carne mientras la criatura la atacaba y sus garras rasgaban todos los trozos de piel que estuvieran al descubierto.
Ceres cerrГі los ojos. Con todas sus fuerzas, fue en busca del poder que tenГa dentro, sin saber incluso si funcionarГa.
Se sintiГі sobrecargada con una bola de poder. Entonces lanzГі toda su fuerza hacia la lanza, arrojГЎndola sobre el espacio donde ella esperaba que estuviera el corazГіn de la criatura.
La bestia chillГі a la vez que retrocedГa para apartarse de ella.
La multitud bramГі.
Ceres, con el escozor que le provocaba el dolor de sus rasguГ±os, saliГі como pudo de debajo de ella y se puso frГЎgilmente de pie. BajГі la mirada hacia la bestia, que tenГa la lanza clavada en el corazГіn, a la vez que daba vueltas y gimoteaba, haciendo un ruido que parecГa demasiado pequeГ±o para algo tan grande.
Entonces se puso rГgida y muriГі.
“¡Ceres! ¡Ceres! ¡Ceres!”
El Stade se llenГі de ovaciones nuevamente. AllГЎ donde Ceres mirara, habГa gente aclamando su nombre. La nobleza y pueblo llano por igual parecГan estar unidos por el canto, perdidos en aquel momento de su victoria.
“¡Ceres! ¡Ceres! ¡Ceres!”
Se empapГі de ello. Era imposible que la sensaciГіn de adulaciГіn no la atrapara. Todo su cuerpo parecГa vibrar con el canto que la rodeaba y ella extendiГі los brazos como para recibirlo todo. Se dio la vuelta dibujando lentamente un cГrculo, observando los rostros de aquellos que un dГa antes no habГan ni oГdo hablar de ella, pero que ahora la trataban como si fuera la Гєnica persona del mundo que importara.
Ceres estaba tan prendida por aquel momento que apenas ya sentГa el dolor de las heridas que habГa sufrido. Ahora le dolГa el hombro y lo tocГі con una mano. Al retirarla estaba empapada, aunque su sangre todavГa era de un rojo vivo a la luz del sol.
Ceres mirГі fijamente aquella mancha durante varios segundos. La multitud todavГa cantaba su nombre, pero el latir de su corazГіn en sus oГdos de repente parecГa mucho mГЎs fuerte. AlzГі la vista hacia la multitud y le llevГі un instante darse cuenta de que lo estaba haciendo sobre sus rodillas. No recordaba haber caГdo sobre ellas.
Por el rabillo del ojo, Ceres vio que Paulo se acercaba a toda prisa, pero parecГa muy lejano, como si no tuviera nada que ver con ella. La sangre goteaba desde sus dedos hasta la arena, oscureciendo allГЎ donde tocaba. Nunca se habГa sentido tan desubicada, tan mareada.
Y la Гєltima cosa de la que fue consciente fue que ya estaba cayendo de cara, hacia el suelo de la arena y sentГa que serГa incapaz de volverse a mover.
CAPГЌTULO DOS
Thanos abriГі lentamente los ojos, confuso mientras sentГa que las olas golpeaban sus tobillos y sus muГ±ecas. Bajo Г©l, la ГЎspera arena blanca de las playas de Haylon. Un rocГo salado llenaba su boca de vez en cuando, haciendo difГcil el respirar.
Thanos mirГі hacia los lados a lo largo de la playa, incapaz de hacer algo mГЎs que aquello. Incluso eso era una lucha, mientras perdГa y recuperaba de nuevo la conciencia. En la distancia, le pareciГі distinguir las llamas y los ruidos de la violencia. Los gritos llegaban hasta Г©l, junto al ruido del acero contra el acero.
La isla, recordГі. Haylon. Su ataque habГa comenzado.
ВїEntonces por quГ© estaba Г©l tumbado sobre la arena?
Al dolor que tenГa en el hombro le llevГі un instante responder a aquella pregunta. Hizo un gesto de dolor al recordarlo. RecordГі el momento en el que le clavaron la espada, hiriГ©ndole en la parte superior de la espalda por detrГЎs. RecordГі la conmociГіn al haberlo traicionado el TifГіn.
El dolor quemaba en el interior de Thanos, extendiГ©ndose como una flor desde la herida que tenГa en la espalda. Le dolГa cada vez que respiraba. IntentГі levantar la cabeza, pero solo consiguiГі desmayarse.
Cuando volviГі a despertar, estaba de nuevo de cara a la arena y solo supo que el tiempo habГa pasado porque la marea habГa subido un poco y el agua golpeaba ahora su cintura en lugar de sus tobillos. Finalmente consiguiГі subir la cabeza lo suficiente para ver que habГan otros cuerpos en la playa. Los muertos parecГan cubrir el mundo, se extendГan por las blancas playas tan lejos como le alcanzaba la vista. Vio hombres con la armadura del Imperio, tumbados donde habГan caГdo, mezclados con los defensores que habГan muerto protegiendo su hogar.
El hedor a muerto llenaba la nariz de Thanos e hizo todo lo que pudo para no vomitar. Nadie habГa separado a los amigos de los enemigos todavГa. Esos detalles podГan esperar hasta que la batalla hubiera finalizado. QuizГЎs el Imperio dejarГa que la marea se encargara de ello; al mirar hacia atrГЎs vio sangre en el agua y Thanos vio cГіmo unas aletas sobresalГan en las olas. TodavГa no eran tiburones grandes, eran carroГ±eros mГЎs que depredadores, Вїpero cГіmo de grandes debГan de ser para devorarlo antes de que subiera la marea?
Thanos sintiГі una ola de pГЎnico. IntentГі arrastrarse hacia la playa, tirando con sus brazos como si estuviera intentando escalar por la arena. Gritaba de dolor mientras avanzaba hacia delante, quizГЎs la mitad del largo de su cuerpo.
La oscuridad le nublГі la vista de nuevo.
Cuando volviГі en sГ, Thanos estaba de lado, mirando hacia arriba a dos figuras que estaban sentadas de cuclillas sobre Г©l, tan cerca que podГa haberlos tocado si hubiera tenido la fuerza para hacerlo. No parecГan soldados del Imperio, no parecГan soldados en absoluto y Thanos habГa pasado el tiempo suficiente rodeado de guerreros para distinguirlos. Estos, un hombre joven y otro mayor, parecГan mГЎs bien granjeros, hombres corrientes que probablemente habГan huido de sus casas para evitar la violencia. Sin embargo, aquello no significaba que fueran menos peligrosos. Ambos llevaban cuchillos y Thanos se preguntaba si podrГan ser tan carroГ±eros como los tiburones. Г‰l sabГa que siempre habГa quien robaba a los muertos tras las batallas.
“Este todavГa respira”, dijo el primero de ellos.
“Ya lo veo. Córtale el cuello y acabemos con esto”.
Thanos se puso tenso, su cuerpo se preparaba para luchar aunque no habГa nada que pudiera hacer entonces.
“MГralo”, insistiГі el mГЎs joven. “Alguien lo apuГ±alГі por la espalda”.
Thanos vio que el hombre mayor frunciГі un poco el ceГ±o al verlo. Fue por detrГЎs de Thanos, fuera de su lГnea de visiГіn. Thanos consiguiГі reprimir un grito de nuevo cuando el hombre le tocГі el lugar donde la sangre todavГa brotaba de la herida. Era un prГncipe del Imperio. No iba a mostrar flaqueza.
“Parece que tienes razón. Ayúdame a levantarlo hasta donde los tiburones no lo alcancen. Los demás querrán ver esto”.
Thanos vio que el joven asentГa con la cabeza y juntos consiguieron levantarlo, con la armadura y todo. Esta vez, Thanos gritГі, incapaz de detener el dolor mientras tiraban de Г©l por la playa.
Lo abandonaron como madera a la deriva, pasado el punto donde la marea habГa dejado atrГЎs las algas, abandonГЎndolo sobre la arena seca. Se fueron corriendo a toda prisa, pero Thanos estaba demasiado atrapado en el dolor para verlos marchar.
Para Г©l no existГa un modo de saber el tiempo que pasaba. TodavГa escuchaba la batalla de fondo, con los gritos de violencia y de furia, con sus gritos de guerra y el sonido de los cuernos. Sin embargo, una batalla podГa durar unos minutos o unas horas. PodГa terminar tras el primer ataque o continuar hasta que ninguno de los bandos tuviera la fuerza para hacer otra cosa que no fuera marcharse dando tumbos. Thanos no tenГa modo de saber quГ© caso era.
Finalmente, se acercГі un grupo de hombres. Estos sГ que parecГan soldados, con la perspicacia mГЎs dura que solo tiene un hombre una vez ha luchado por su vida. Era fГЎcil ver cual de ellos era el lГder. El hombre alto y de pelo oscuro que estaba delante no llevaba la elaborada armadura que un general del Imperio podГa tener, pero todos los que allГ estaban lo miraban mientras el grupo se acercaba, obviamente a la espera de Гіrdenes.
El reciГ©n llegado tendrГa probablemente unos treinta aГ±os o mГЎs, llevaba una barba corta tan oscura como el resto de su pelo y tenГa una sobria constituciГіn que, sin embargo, le daba un aspecto fuerte. Llevaba una espada en cada cadera y Thanos imaginГі que no era solo para lucirlas, a juzgar por el modo en que sus manos se colocaban junto a las empuГ±aduras de forma automГЎtica. A Thanos le pareciГі por su gesto que estaba calculando cada ГЎngulo que tenГa de la playa, vigilando ante la posibilidad de una emboscada, siempre pensando con antelaciГіn. Sus ojos se clavaron en Thanos y la sonrisa que le siguiГі escondГa un extraГ±o humor tras ella, como si su propietario hubiera visto algo en este mundo que nadie mГЎs habГa visto.
“¿Me habГ©is traГdo hasta aquГ para ver esto?” dijo, mientras los dos que habГan encontrado a Thanos dieron un paso hacia delante. “¿Un soldado del Imperio moribundo con una armadura demasiado brillante para lo que Г©l merece?”
“Un noble, no obstante”, dijo el mayor. “Se puede ver por su armadura”.
“Y lo han apuñalado por la espalda”, señaló el más joven. “Parece ser que sus propios hombres”.
“¿O sea que no es ni lo suficientemente bueno para la escoria que estГЎ intentando tomar nuestra isla?” dijo el lГder.
Thanos vio que el hombre se acercГі mГЎs y se arrodillГі a su lado. QuizГЎs tenГa intenciГіn de acabar lo que el TifГіn habГa empezado. NingГєn soldado de Haylon sentirГa ningГєn amor por aquellos que estaban en su bando del conflicto.
“¿QuГ© hiciste para que tu propio bando intentara asesinarte?” dijo el reciГ©n llegado, en una voz lo suficientemente baja para que tan solo Thanos pudiera oГrlo.
Thanos consiguiГі reunir la fuerza para negar con la cabeza. “No lo sé”. Las palabras salieron cortadas y rotas. Aunque no hubiera estado herido, hubiera estado tumbado en la arena durante un buen rato. “Pero yo no querГa esto. Yo no querГa luchar aquГ”.
Esto supuso otra de aquellas extraГ±as sonrisas que a Thanos le parecГa que se estaban riendo del mundo aunque no habГa nada de lo que reГrse.
“Y sin embargo aquГ estГЎs”, dijo el reciГ©n llegado. “No querГas formar parte de la invasiГіn, pero estГЎs en nuestras playas, en vez de estar seguro en tu casa. No querГas ofrecernos violencia, pero el ejГ©rcito del Imperio estГЎ quemando casas mientras hablamos. ВїSabes lo que estГЎ sucediendo mГЎs allГЎ de la playa?”
Thanos negГі con la cabeza. Incluso esto le dolГa.
“Estamos perdiendo”, continuГі el hombre. “Oh, estamos luchando duro, pero eso no importa. No con estas perspectivas. La batalla todavГa rabia, pero eso solo se debe a que la mitad de mi bando es demasiado tozuda para reconocer la verdad. No tenemos suficiente tiempo para estas distracciones”.
Thanos vio que el reciГ©n llegado desenfundaba una de sus espadas. ParecГa extremadamente afilada. Tan afilada que probablemente ni la notarГa aunque se la clavara en el corazГіn. Sin embargo, el hombre hizo gestos con ella.
“TГє y tú”, les dijo a los hombres, “traed a nuestro nuevo amigo. QuizГЎs tiene algГєn valor para el otro bando”. Hizo una sonrisa maliciosa. “Y si no es asГ, yo mismo lo mataré”.
La Гєltima cosa que Thanos sintiГі fueron unas manos fuertes que lo agarraban por debajo de sus brazos, tirando de Г©l, arrastrГЎndolo, antes de que le venciera de nuevo la oscuridad.
CAPГЌTULO TRES
Berin sentГa el dolor de la nostalgia mientras caminaba por la ruta hacia su hogar en Delos, la Гєnica cosa que le hacГa continuar, los pensamientos de su familia, de Ceres. El pensamiento de volver a su hija era suficiente para hacerlo continuar, aunque los dГas de caminata le habГan parecido arduos, los caminos bajo sus pies duros con surcos y piedras. Sus huesos ya no iban a rejuvenecer y ya sentГa que la rodilla le dolГa por el viaje, aГ±adiГ©ndose a los dolores de una vida dando martillazos y calentando metal.
Sin embargo, todo valГa la pena para ver su casa de nuevo. Para ver a su familia. Era lo Гєnico que habГa deseado todo el tiempo que Berin habГa estado fuera. Ahora podГa imaginarlo. Marita estarГa cocinando al fondo de su humilde casa de madera, el olor flotando pasada la puerta delantera. Sartes estarГa jugando en algГєn lugar por allГ detrГЎs, probablemente mientras Nesos lo observaba, aunque su hijo mayor hiciera ver que no lo hacГa.
Y tambiГ©n estarГa Ceres. Г‰l amaba a todos sus hijos, pero con Ceres siempre habГa existido aquella conexiГіn especial. Ella habГa sido la que lo habГa ayudado con la forja, la que se parecГa mГЎs a Г©l y la que parecГa que era mГЎs probable que siguiera sus pasos. Dejar a Marita y a los chicos habГa sido un doloroso deber, necesario si debГa proveer a su familia. Dejar a Ceres habГa sido para Г©l como abandonar una parte de sГ mismo al marchar.
Ahora era el momento de recuperarla.
A Berin le hubiera gustado traer noticias mejores. Caminaba por el sendero de gravilla que le llevaba de vuelta a casa con el ceГ±o fruncido; todavГa no era invierno, pero pronto llegarГa. Г‰l habГa planeado marcharse y encontrar trabajo. Los seГ±ores siempre necesitaban herreros que les proporcionaran armas para sus guardias, sus guerras, sus Matanzas. Pero resultГі que a Г©l no le necesitaban. TenГan a sus propios hombres. Hombres mГЎs jГіvenes, mГЎs fuertes. Incluso el rey que habГa parecido que querГa su trabajo habГa resultado querer al Berin de hacГa diez aГ±os.
El pensamiento le dolГa, sin embargo sabГa que debГa haber imaginado que no necesitaban un hombre con mГЎs pelos grises que negros en la barba.
Hubiera sido mГЎs doloroso si aquello no hubiera supuesto que tenГa que volver a casa. Su hogar era lo que importaba a Berin, incluso aunque fuera poco mГЎs que un cuadrado de paredes de madera sin pulir, cubierto por un tejado de pasto. Su casa eran las personas que allГ le esperaban y pensar en ellos era suficiente para acelerar sus pasos.
Sin embargo, cuando llegГі a la cima de una colina y la vio por primera vez, Berin supo que algo iba mal. El estГіmago le dio un vuelco. Berin sabГa lo que significaba estar en casa. A pesar de toda la aridez de la tierra que lo rodeaba, su hogar era un lugar lleno de vida. AllГ siempre habГa ruido, ya fuera de alegrГa o a causa de las discusiones. En esta Г©poca del aГ±o siempre habrГa habido tambiГ©n al menos unos cuantos cultivos creciendo en el terreno que lo rodeaba, con verduras y pequeГ±os arbustos con frutos del bosque, cosas resistentes que siempre producГan al menos algo para alimentarlos.
Esto no era lo que veГa ante Г©l.
Berin rompiГі a correr tan rГЎpido como pudo tras la larga caminata, la sensaciГіn de que algo iba mal le carcomГa por dentro, sentГa como si uno de sus tornillos le sujetara el corazГіn.
AgarrГі la puerta y la abriГі de par en par. PensГі que quizГЎs todo estarГa en orden. QuizГЎs lo habГan divisado y todos estaban asegurГЎndose de que su llegada fuera una sorpresa.
Dentro estaba sombrГo, las ventanas tenГan una capa de mugre. Y allГ, una presencia.
Marita estaba en la habitaciГіn principal, removiendo una olla que olГa demasiado agria para Berin. Se girГі hacia Г©l cuando entrГі y, al hacerlo, supo que no se habГa equivocado. Algo iba mal. Algo iba muy mal.
“¿Marita?” empezó él.
“Marido”. Incluso la manera llana en que lo dijo le decГa que nada estaba como deberГa estar. En cualquier otra ocasiГіn en la que Г©l habГa estado fuera, Marita se habГa lanzado a sus brazos al entrar por la puerta. Siempre parecГa estar llena de vida. Ahora parecГa…vacГa.
“¿Qué está pasando aqu�” preguntó Berin.
“No sГ© a quГ© te refieres”. De nuevo, habГa menos emociГіn de la que deberГa haber habido, como si algo se hubiera roto en su esposa, sacГЎndole toda la alegrГa de su interior.
“¿Por qué está todo tan…tan tranquilo por aqu�” exigió Berin. “¿Dónde están nuestros hijos?”
“No están aquà ahora mismo”, dijo Marita. Se dirigió de nuevo a la olla como si todo fuera perfectamente normal.
“Entonces ВїdГіnde estГЎn?” Berin no iba a dejarlo correr. Г‰l podГa pensar que los chicos podrГan haber ido corriendo hacia el arroyo mГЎs cercano o que tenГan recados por hacer, pero por lo menos uno de sus hijos lo habrГa visto llegar a casa y habrГa estado allГ para recibirlo. “¿DГіnde estГЎ Ceres?”
“Oh sГ”, dijo Marita y Berin pudo escuchar la amargura entonces. “Evidentemente tenГas que preguntar por ella. No cГіmo me van las cosas a mГ. No por nuestros hijos. Por ella”.
Berin nunca antes habГa escuchado ese tono en su mujer. Oh, siempre habГa sabido que habГa algo duro en Marita, mГЎs preocupada por ella misma que por el resto del mundo, pero ahora sonaba como si su corazГіn fuera cenizas.
Marita pareciГі calmarse entonces y la rapidez con que lo hizo hizo sospechar a Berin.
“¿Quieres saber lo que hizo tu adorada hija?” dijo ella. “Se marchó”.
El recelo de Berin aumentó. Él negó con la cabeza. “No me lo creo”.
Marita continuó. “Se marchó. No dijo a donde iba, solo nos robó lo que pudo al marchar”.
“No tenemos dinero para robarnos”, dijo Berin. “Y Ceres nunca harГa esto”.
“Evidentemente te pondrГЎs de su lado”, dijo Marita. “Pero se llevó… cosas que habГa por aquГ, posesiones. Cualquier cosa que pensara que podrГa vender en el pueblo de al lado, conociГ©ndola. Nos abandonó”.
Si aquello era lo que pensaba Marita, entonces Berin estaba seguro de que nunca habГa conocido realmente a su hija. O a Г©l, si pensaba que se creerГa una mentira tan evidente. La agarrГі de los hombros con sus manos y, aunque no poseГa toda la fuerza que una vez tuvo, Berin todavГa era lo suficientemente fuerte para que su esposa pareciera frГЎgil en comparaciГіn.
“¡Dime la verdad, Marita!” ВїQuГ© ha pasado aquГ?” Berin la sacudiГі, como si de este modo su antigua versiГіn volviera a la vida de un golpe y ella pudiera volver de repente a ser la Marita con la que se habГa casado aГ±os atrГЎs. Lo Гєnico que consiguiГі con ello fue empujarla hacia atrГЎs.
“¡Tus chicos estГЎn muertos!” exclamГі Marita. Las palabras llenaron el pequeГ±o espacio que habГa en su hogar, saliendo como un gruГ±ido. Su voz cayГі. “Esto es lo que ha sucedido. Nuestros hijos estГЎn muertos”.
Las palabras golpearon a Berin como la coz de un caballo que no quiere que le pongan la herradura. “No”, dijo él. “Es otra mentira. Tiene que serlo”.
No podГa pensar en otra cosa que Marita pudiera haber dicho y que le hubiera dolido igual. DebГa estar diciendo aquello para herirle.
“¿CuГЎndo decidiste que me odiabas tanto?” preguntГі Berin, pues esta era la Гєnica razГіn en la que podГa pensar para que su mujer le arrojara algo tan vil a Г©l, usando la idea de la muerte de sus hijos como arma.
Ahora Berin vio lГЎgrimas en los ojos de Marita. No habГa habido ninguna cuando ella habГa estado hablando de su hija, que supuestamente habГa huido.
“Cuando decidiste abandonarnos”, le respondió bruscamente su esposa. “¡Cuando tuve que ver morir a Nesos!”
“¿Solo a Nesos?” dijo Berin.
“¿No es suficiente?” le respondió gritando Marita. “¿O no te importan tus hijos?”
“Hace un momento dijiste que Sartes también estaba muerto”, dijo Berin. “¡Deja de mentirme, Marita!”
“Sartes también está muerto”, insistió su mujer. “Los soldados vinieron y se lo llevaron. Lo sacaron a rastras para formar parte del ejército del Imperio y es solo un chico. ¿Cuánto tiempo crees que sobrevivirá siendo parte de esto? No, mis dos hijos han desaparecido, mientras Ceres…”
“¿Qué?” exigió Berin.
Marita negГі con la cabeza. “Si hubieras estado aquГ, esto no hubiera sucedido probablemente”.
“TГє estabas aquГ”, escupiГі Berin, temblando de pies a cabeza. “En eso quedamos. ВїCrees que me querГa ir? Se suponГa que tГє ibas a cuidarlos mientras yo encontraba dinero para que pudiГ©ramos comer”.
La desesperanza se apoderГі de Berin entonces y sintiГі que empezaba a llorar, como no habГa llorado desde que era un niГ±o. Su hijo mayor estaba muerto. De entre todas las otras mentiras que habГa dicho Marita, esta parecГa ser cierta. La pГ©rdida dejaba un agujero que parecГa imposible de llenar, incluso con el dolor y la rabia que crecГan en su interior. Se obligГі a sГ mismo a concentrarse en los demГЎs porque parecГa el Гєnico modo de frenar que aquello lo abrumara.
“¿Los soldados se llevaron a Sartes?” preguntó. “¿Los soldados Imperiales?”
“¿Piensas que te estoy mintiendo sobre esto?” preguntó Marita.
“Ya no sé qué creer”, respondió Berin. “¿Ni siquiera intentaste detenerlos?”
“Me apuntaban con un cuchillo al cuello”, dijo Marita. “Tuve que hacerlo”.
“¿Qué tuviste que hacer?” preguntó Berin.
Marita negó con la cabeza. “Tuve que llamarlo para que saliera. Me hubieran matado”.
“¿O sea que se lo entregaste a cambio?”
“¿QuГ© piensas que podГa hacer?” exigiГі Marita. “TГє no estabas aquГ”.
Y Berin probablemente se sentirГa culpable de ello mientras viviera. Marita tenГa razГіn. QuizГЎs si se hubiera quedado, esto no hubiera sucedido. Sin embargo, el sentirse culpable no sustituГa al dolor o a la rabia. Tan solo se les aГ±adГa. Aquello borboteaba dentro de Berin, parecГa algo vivo que luchaba por salir.
“¿Qué pasó con Ceres?” exigió él. Sacudió de nuevo a Marita. “¡Dime!” Quiero la verdad esta vez. ¿Qué hiciste?”
Sin embargo, Marita solo se echó hacia atrás de nuevo y, esta vez, se sentó sobre sus piernas en el suelo y se acurrucó sin ni siquiera alzar la vista para mirarlo. “Descúbrelo por ti mismo. Yo soy la que ha tenido que vivir con esto. Yo, no tú”.
Una parte de Berin deseaba seguir sacudiГ©ndola hasta que le diera una respuesta. Esta parte querГa sacarle la verdad a la fuerza, costara lo que costara. Pero Г©l no era ese tipo de hombre y sabГa que nunca podrГa serlo. Solo pensar en ello le repugnaba.
No se llevГі nada de la casa cuando se marchГі. No habГa nada allГ que quisiera. Cuando mirГі hacia atrГЎs a Marita, tan envuelta totalmente en su propia amargura por haber abandonado a su hijo, intentГі esconder lo que les habГa pasado a sus hijos, costaba creer que hubiera sucedido.
Berin saliГі al exterior, sacando con un parpadeo las Гєltimas lГЎgrimas que le quedaban. Cuando el brillo del sol le golpeГі se dio cuenta de que no tenГa ni idea de lo que iba a hacer a continuaciГіn. ВїQuГ© podГa hacer? No podГa ayudar a su hijo mayor, ya no, mientras los otros podГan estar en cualquier sitio.
“No importa”, se dijo Berin a sГ mismo. SentГa que la determinaciГіn dentro de Г©l se convertГa en algo parecido al hierro con el que trabajaba. “Esto no me detendrá”.
QuizГЎs alguien por allГ cerca habГa visto hacia donde habГan ido. Seguro que alguien sabrГa dГіnde estaba el ejГ©rcito y Berin sabГa como cualquiera que un hombre que fabricaba espadas podrГa encontrar siempre un modo de acercarse al ejГ©rcito.
Y en cuanto a Ceres…algo habrГa. TenГa que estar en algГєn lugar. Porque la alternativa era impensable.
Berin echГі un vistazo al campo que rodeaba su casa. Ceres estaba por allГ en algГєn lugar. Igual que Sartes. Las siguientes palabras las dijo en voz alta, porque hacerlo parecГa convertirlo en una promesa, para sГ mismo, para el mundo, para sus hijos.
“Os encontraré a los dos”, juró. “Cueste lo que cueste”.
CAPГЌTULO CUATRO
Sartes corrГa entre las tiendas del campamento del ejГ©rcito, respirando con dificultad, agarrando el pergamino en su mano y secГЎndose el sudor de los ojos, sabiendo que si no llegaba pronto a la tienda de su comandante, lo azotarГan. Se agachaba y zigzagueaba lo mejor que podГa, a sabiendas de que su tiempo se estaba agotando. Ya lo habГan detenido demasiadas veces.
Sartes ya tenГa marcas de quemadura en sus espinillas de las veces que se habГa equivocado, su escozor era uno mГЎs entre muchos ahora. Parpadeaba, desesperado, mientras echaba un vistazo al campamento del ejГ©rcito, intentando adivinar la direcciГіn correcta para correr entre el interminable entramado de tiendas. HabГa letreros y estandartes que seГ±alaban el camino, pero Г©l todavГa estaba intentando aprenderse los dibujos.
Sartes notГі que algo le cogГa el pie y a continuaciГіn se tambaleГі, el mundo pareciГі ponerse del revГ©s cuando cayГі. Por un instante pensГі que habГa tropezado con una cuerda, pero cuando alzГі la vista vio a unos soldados riГ©ndose. El que estaba a la cabeza era un hombre mГЎs mayor, con barba canosa de varios dГas y cicatrices de muchas batallas.
Entonces el miedo se apoderГі de Sartes, pero tambiГ©n una especie de resignaciГіn; asГ era la vida en el ejГ©rcito para un recluta como Г©l. No exigiГі saber por quГ© el hombre lo habГa hecho, porque decir algo era un camino seguro hacia una paliza. Por lo que podГa ver, prГЎcticamente todo lo era.
En lugar de eso, se puso de pie y se sacudiГі todo el barro que pudo de la tГєnica.
“¿QuГ© estГЎs haciendo, chaval?” exigiГі el soldado que le habГa hecho la zancadilla.
“Un encargo para mi comandante, seГ±or”, dijo Sartes, levantando un trozo de pergamino para que el hombre lo viera. Г‰l esperaba que aquello fuera suficiente para mantenerlo seguro. A menudo no lo era, a pesar de las normas que decГan que las Гіrdenes tenГan prioridad por encima de cualquier otra cosa.
Desde el momento en que llegГі allГ, Sartes habГa aprendido que el ejГ©rcito Imperial tenГa un montГіn de normas. Algunas eran oficiales: sal del campamento sin permiso, niГ©gate a cumplir Гіrdenes, traiciona al ejГ©rcito y te matarГЎn. Ve por el camino equivocado, haz algo sin permiso y recibirГЎs una paliza. Pero tambiГ©n habГa otras normas. Normas menos oficiales que era igual de peligroso romper.
“¿De quГ© encargo se trata?” exigiГі el soldado. Los demГЎs se iban reuniendo alrededor ahora. En el ejГ©rcito siempre faltaban fuentes de entrenamiento, asГ que si habГa la perspectiva de divertirse un poco a costa de un recluta, la gente prestaba atenciГіn.
Sartes hizo lo posible para parecer arrepentido. “No lo sé, señor. Solo tengo órdenes de entregar este mensaje. Puede leerlo si quiere”.
Aquel era un riesgo calculado. La mayorГa de los soldados corrientes no sabГa leer. TenГa la esperanza de que el tono no le valiera un coscorrГіn en la oreja por insubordinaciГіn, pero intentaba no mostrar miedo. No mostrar miedo era una de las normas que no estaban escritas. El ejГ©rcito tenГa al menos tantas de aquellas normas como de las oficiales. Normas acerca de a quien debГas conocer para conseguir comida mejor. Acerca de quien conocГa a quien y con quien debГas tener cuidado, sin importar el rango. Conocerlas parecГa la Гєnica manera de sobrevivir.
“¡Bien, entonces será mejor que continúes con él!” gritó el soldado, dando una patada a Sartes para que continuara moviéndose. Los que estaban allà se rieron como si fuera el mayor chiste que jamás hubieran visto.
Una de las mГЎs grandes normas no escritas parecГa ser que los nuevos reclutas eran un blanco. Desde que llegГі, a Sartes le habГan dado puГ±etazos, bofetadas, palizas y empujones. Le habГan hecho correr hasta desmayarse, para correr mГЎs a continuaciГіn. Le habГan cargado con tantas herramientas que sentГa que apenas podГa mantenerse de pie, le habГan hecho cargar con ellas, cavar hoyos en el suelo sin razГіn aparente y trabajar. HabГa escuchado historias de hombres en las filas a los que les gustaba hacer cosas peores a los nuevos reclutas. Incluso si morГan, ВїquГ© le importaba al ejГ©rcito? Estaban allГ para ser arrojados al enemigo. Todos esperaban que murieran.
Sartes habГa esperado morir desde el primer dГa. Al final del mismo, habГa tenido la sensaciГіn incluso de desearlo. Se habГa acurrucado dentro de la tienda extremadamente delgada que le habГan asignado y temblaba, con la esperanza de que el suelo se lo tragara. IncreГblemente, el dГa siguiente habГa sido peor. Otro recluta nuevo, cuyo nombre Sartes desconocГa, habГa sido asesinado aquel dГa. Lo habГan atrapado intentando escapar y les hicieron mirar a todos su ejecuciГіn, como si se tratara de algГєn tipo de lecciГіn. La Гєnica lecciГіn que Sartes habГa podido ver era lo cruel que el ejГ©rcito era con cualquiera que mostrara que tenГa miedo. Entonces fue cuando empezГі a intentar esconder su miedo, sin mostrarlo aunque estuviera allГ de fondo casi a cada instante que estaba despierto.
Hizo un rodeo entre las tiendas, cambiando brevemente las direcciones para dejarse caer por una de las tiendas que hacГan de cantina donde, un dГa antes, uno de los cocineros habГa necesitado ayuda para escribir un mensaje para mandar a casa. El ejГ©rcito apenas alimentaba a sus reclutas y Sartes sentГa cГіmo su estГіmago rugГa ante la expectativa de comida, pero no comiГі lo que llevaba con Г©l mientras corrГa hacia la tienda de su comandante.
“¿DГіnde has estado?” exigiГі el oficial. Su tono dejaba claro que haberse retrasado por culpa de otros soldados no contarГa como excusa. Pero para entonces, Sartes ya lo sabГa. En parte era la razГіn por la que Sartes habГa ido a la tienda que servГa de cantina.
“Recogiendo esto de paso, seГ±or”, dijo Sartes, sujetando la tarta de manzana que habГa oГdo que era la favorita del oficial. “SabГa que no tendrГa ocasiГіn de conseguirla por sГ mismo hoy”.
El semblante del oficial cambió al instante. “Muy considerado, recluta…”
“Sartes, seГ±or”. Sartes no se atrevГa a sonreГr.
“Sartes. PodrГamos usar a algunos soldados que sepan cГіmo pensar. Aunque para la prГіxima vez, recuerda que primero vienen las Гіrdenes”.
“SГ, seГ±or”, dijo Sartes. “¿Hay algo que necesite que haga, seГ±or?”
El oficial le hizo un gesto con la mano para que se fuera. “Ahora mismo no, pero recordaré tu nombre. Despachado”.
Sartes saliГі del pabellГіn del comandante sintiГ©ndose mucho mejor que cuando habГa entrado. No estaba seguro de que aquel pequeГ±o acto fuera suficiente para salvarlo del retraso que le habГan ocasionado los soldados. Sin embargo, por ahora parecГa haber evitado el castigo y habГa conseguido alcanzar la posiciГіn en la que un oficial sabГa quiГ©n era.
ParecГa el filo de un cuchillo, pero el ejГ©rcito entero lo parecГa para Sartes entonces. Hasta el momento, habГa sobrevivido en el ejГ©rcito con su astucia y yendo un paso por delante de la peor violencia que habГa allГ. HabГa visto asesinar a chicos de su edad o darles tal paliza que era evidente que pronto morirГan. AГєn asГ, no estaba seguro de cuГЎnto tiempo serГa capaz de soportarlo. Para un recluta como Г©l, este era el tipo de lugar donde la violencia y la muerte solo podГan aplazarse tanto tiempo.
Sartes tragaba saliva al pensar en todas las cosas que podГan ir mal. Un soldado podГa excederse con una paliza. Un oficial podГa ofenderse por una diminuta acciГіn y ordenar un castigo pensado para disuadir a los demГЎs por su crueldad. PodГan mandarlo a la batalla en cualquier momento y habГa escuchado que los reclutas iban a la lГnea del frente para “hacer limpieza de los dГ©biles”. Incluso el entrenamiento podГa ser mortГfero, cuando al ejГ©rcito de poco le servГan las armas desafiladas y a los reclutas les daban poca instrucciГіn real.
El miedo que se escondГa detrГЎs de todos aquellos era que alguien descubriera que habГa intentado unirse a Rexo y a los rebeldes. No habГa manera de que lo hicieran, pero incluso la mГЎs mГnima posibilidad era suficiente para sobrepasar a todas las demГЎs. Sartes habГa visto el cuerpo de un soldado acusado de simpatizar con los rebeldes. Su propia unidad habГa recibido Гіrdenes de cortarlo en pedazos para demostrar su lealtad. Sartes no querГa terminar asГ. Tan solo pensar en ello era suficiente para que se le apretara el estГіmago mucho mГЎs que por el hambre.
“¡Oye, tГє!” llamГі una voz y Sartes se sobresaltГі. Era imposible deshacerse de la sensaciГіn de que quizГЎs alguien habГa adivinado lo que estaba pensando. Se obligГі a sГ mismo a, por lo menos, parecer estar tranquilo. Al echar un vistazo Sartes vio a un soldado con la elaborada armadura musculosa de un sargento, con unas marcas de viruela en sus mejillas tan profundas que eran casi como otro paisaje. “¿TГє eres el mensajero del capitГЎn?”
“Acabo de venir de llevar un mensaje para él, señor”, dijo Sartes. No era del todo mentira.
“Entonces ya me sirves. Ve y entГ©rate por donde andan las carretas con mis suministros de madera. Si alguien te causa algГєn problema, le dices que te envГa Venn”.
Sartes le hizo un saludo a toda prisa. “Enseguida, señor”.
SaliГі corriendo con el encargo, pero al irse no se centrГі en la misiГіn que tenГa entre manos. TomГі un camino mГЎs largo, un camino mГЎs enrevesado. Un camino que le permitirГa espiar las afueras del campamento, sus embudos, un camino que le permitirГa fisgonear en busca de puntos dГ©biles.
Porque, muerto o no, Sartes iba a encontrar el modo de escapar aquella noche.
CAPГЌTULO CINCO
Lucio se abrГa camino a la fuerza entre la multitud de nobles que habГa en la sala del trono del castillo, echando humo por el camino. Echaba humo por el hecho de tener que abrirse camino a empujones, cuando todos los que estaban allГ deberГan apartarse a un lado y hacerle una reverencia, cediГ©ndole el paso. Echaba humo por el hecho de que Thanos se estaba llevando toda la gloria, aplastando a los rebeldes de Haylon. Pero por encima de todo echaba humo por el modo en que habГan ido las cosas en el Stade. La zorra de Ceres habГa echado a perder sus planes una vez mГЎs.
MГЎs adelante, Lucio vio que el rey estaba en una profunda conversaciГіn con Cosmas, el viejo loco de la biblioteca. Lucio pensГі que la Гєltima vez que habГa visto al sabio anciano fue de niГ±o, cuando a todos les hicieron aprender datos ridГculos sobre el mundo y su funcionamiento. Pero no, aparentemente, tras haber entregado aquella carta, que mostraba la verdadera traiciГіn de Ceres, Cosmas consiguiГі que el rey fuera todo oГdos para Г©l.
Lucio continuaba abriГ©ndose camino hacia delante a la fuerza. A su alrededor, escuchaba los nobles de la corte en sus pequeГ±as conspiraciones. No muy lejos vio a su prima lejana EstefanГa, riГ©ndose del chiste que alguna otra noble con un aspecto perfecto habГa hecho. Ella echГі un vistazo, aguantando la mirada a Lucio el tiempo suficiente para sonreГrle. Lucio decidiГі que realmente era una cabeza hueca. Pero hermosa. PensГі que, quizГЎs en el futuro, tendrГa la oportunidad de pasar mГЎs tiempo cerca de aquella chica noble. Г‰l era como mГnimo tan impresionante como Thanos, segГєn cualquier valoraciГіn.
Sin embargo, por ahora, la rabia de Lucio por lo que habГa sucedido era demasiado grande incluso para que aquellos pensamientos lo distrajesen. SiguiГі sigilosamente hasta el pie de los tronos, justo hasta el borde de la tarima elevada.
“¡TodavГa vive!” soltГі mientras se acercaba al trono. No le importГі que fuera lo suficientemente alto para que se oyera en toda la sala. Que lo escuchen, decidiГі. El hecho de que Cosmas estuviera todavГa susurrando al rey y a la reina no cambiaba nada. Lucio se preguntaba quГ© interГ©s podГa tener lo que dijera un hombre que pasaba el tiempo entre pergaminos.
“¿Me oyeron?” dijo Lucio. “La chica está…”
“Viva todavГa, sГ”, dijo el rey, parГЎndolo con la mano levantada para pedir silencio. “Estamos hablando de cuestiones mГЎs importantes. Thanos ha desaparecido en la batalla de Haylon”.
El gesto no era sino algo mГЎs que incrementaba la rabia de Lucio. Lo estaban tratando como a un sirviente al que se tiene que hacer callar, pensГі. AГєn asГ, esperГі. No podГa permitirse enfurecer al rey. AdemГЎs, le llevГі uno o dos segundos asimilar lo que acababa de escuchar.
ВїThanos habГa desaparecido? Lucio intentaba interpretar cГіmo le afectaba aquello. ВїCambiarГa esto su posiciГіn dentro de la corte? VolviГі a echar un vistazo a EstefanГa, meditabundo.
“Gracias, Cosmas”, dijo al fin la reina.
Lucio vio cГіmo el sabio descendГa hasta la multitud de nobles que estaban observando. No fue hasta entonces que el rey y la reina le prestaron atenciГіn. Lucio intentaba mantenerse derecho. No permitirГa que los demГЎs vieran el resentimiento que ardГa en su interior al menor insulto. Si alguien mГЎs lo hubiera tratado de aquella manera, Г©l ya lo hubiera matado.
“Estamos al corriente de que Ceres sobreviviГі a las Гєltimas Matanzas”, dijo el Rey Claudio. Para Lucio, apenas parecГa enojado por ello, y mucho menos ardiendo con la misma rabia que le inundaba a Г©l al pensar en la campesina.
Pero, claro, pensГі Lucio, el rey no ha sido derrotado por la chica. No una vez, sino dos, porque ella tambiГ©n lo habГa vencido con algГєn engaГ±o cuando fue a su habitaciГіn para darle una lecciГіn. Lucio sentГa que tenГa toda la razГіn, todo el derecho, de tomarse su supervivencia como algo personal.
“Entonces ya estarГЎn al corriente de que no se puede permitir que esto continГєe”, dijo Lucio. No pudo mantener su tono tan elegante como deberГa ser. “Deben hacer algo con ella”.
“¿Debemos?” dijo la Reina Athena. “Cuidado, Lucio. TodavГa somos tus gobernantes”.
“Con respeto, sus majestades”, dijo EstefanГa y Lucio observГі cГіmo se deslizaba hacia delante, con su ceГ±ido vestido de seda. “Lucio tiene razГіn. Ceres no debe continuar con vida”.
Lucio vio que el rey estrechaba los ojos ligeramente.
“¿Y quГ© sugieres que hagamos?” exigiГі el Rey Claudio. ВїQuГ© la arrastremos hasta la arena y le cortemos la cabeza? EstefanГa, tГє eres la que sugiriГі que debГa luchar. No puedes quejarte si no muere lo suficientemente rГЎpido para tu gusto”.
Lucio comprendГa esa parte, por lo menos. No habГa un pretexto para su muerte y la gente parecГa exigir eso para aquellos que les gustaban. MГЎs sorprendentemente aГєn, ellos parecГan quererla. ВїPor quГ©? ВїPor quГ© sabГa luchar un poco? SegГєn Lucio, cualquier estГєpido podГa hacerlo. Muchos estГєpidos lo hacГan. Si la gente tenГa algГєn juicio, darГan su amor a quien lo merecГa: a sus legГtimos gobernantes.
“Comprendo que no puede ser simplemente ejecutada, su majestad”, dijo EstefanГa, con una de aquellas sonrisas inocentes que Lucio habГa notado que hacГa tan bien.
“Me alegra que lo comprendas”, dijo el rey claramente enojado. “¿TambiГ©n comprendes lo que sucederГa si ahora resultara herida?” ВїAhora que ha luchado? ВїAhora que ha ganado?”
Evidentemente Lucio lo comprendГa. No era ningГєn niГ±o para el cual la polГtica era un paisaje extraГ±o.
EstefanГa lo resumiГі. “AvivarГa la revoluciГіn, su majestad. La gente de la ciudad podrГa rebelarse”.
“No existe un “podrГa” en esto”, dijo el Rey Claudio. “Tenemos el Stade por una razГіn. El pueblo tiene sed de sangre y les damos lo que estГЎn buscando. Esta necesidad de violencia puede girarse en nuestra contra con la misma facilidad”.
Lucio se rio de aquello. Costaba creer que un rey realmente pensara que el populacho de Delos serГa capaz alguna vez de borrrarlos del mapa. Eran gentuza. Dales una lecciГіn, pensГі. Mata a suficientes de ellos, muГ©strales las consecuencias de sus actos con suficiente dureza y pronto los tendrГЎs a raya.
“¿Hay algo que te haga gracia, Lucio?” le preguntГі la reina y Lucio escuchГі la afilada astucia en ello. Al rey y a la reina no les gustaba que se rieran de ellos. Sin embargo, gracias a Dios, tenГa una respuesta.
“Es tan solo que la respuesta a todo esto parece evidente”, dijo Lucio. “No estoy pidiendo que Ceres sea ejecutada. Estoy diciendo que subestimamos sus habilidades como luchadora. La próxima vez, no debemos hacerlo”.
“¿Y darle la excusa para hacerse mГЎs popular si gana?” preguntГі EstefanГa. “La gente la quiere por su victoria”.
Lucio sonriГі ante esto. “¿Has visto la manera en que reaccionaron los plebeyos en el Stade?” preguntГі. Г‰l entendГa esta parte, aunque los demГЎs no lo hicieran.
Vio cГіmo EstefanГa resoplaba. “Procuro no mirar, primo”.
“Pero los habrГЎs escuchado. Gritan los nombres de sus favoritos. AГєllan por la sangre. Y cuando sus favoritos caen, Вїentonces quГ© sucede?” MirГі a su alrededor, en parte esperando a que alguien tuviera una respuesta para Г©l. Ante su decepciГіn, nadie la tenГa. QuizГЎs EstefanГa no era lo suficientemente inteligente para verlo. A Lucio eso no le importaba.
“Llaman los nombres de los nuevos ganadores”, explicГі Lucio. “Lo quieren tanto como querГan a los anteriores. Oh, ahora exigen a esta chica, pero cuando cuando estГ© tumbada en la arena sangrando, aullarГЎn por su muerte tan rГЎpidamente como para cualquier otro. Solo tenemos que amontonar las posibilidades un poco mГЎs contra ella”.
El rey parecГa estar meditando sobre ello. “¿QuГ© tienes en mente?”
“Si esto nos sale mal”, dijo la reina, “todavГa la querrГЎn mГЎs”.
Finalmente, Lucio sintiГі que su rabia era sustituida por algo mГЎs: satisfacciГіn. EchГі una mirada hacia las puertas de la sala del trono, donde uno de sus asistentes estaba de pie esperando. Un chasquido de sus dedos fue suficiente para que el hombre echara a correr, pero entonces, todos los sirvientes de Lucio aprendieron rГЎpidamente que enfurecerlo era cualquier cosa menos sensato.
“Yo tengo un remedio para esto”, dijo Lucio, haciendo un gesto hacia la puerta.
El hombre encadenado que entrГі hacГa fГЎcilmente mГЎs de dos metros de altura, tenГa la piel negra como el Г©bano y unos mГєsculos que sobresalГan por debajo de la corta falda plegada que llevaba. Su carne estaba cubierta de tatuajes; el mercader que le habГa vendido el combatiente le habГa contado a Lucio que cada uno de ellos representaba a un rival que habГa matado en un solo combate, tanto dentro del Imperio como en las tierras lejanas del sur donde lo habГan encontrado.
AГєn asГ, lo mГЎs intimidante de todo no era el tamaГ±o del hombre o su fuerza. Era la mirada de sus ojos. HabГa algo en ellos que simplemente no parecГa comprender cosas como la compasiГіn o la misericordia, el dolor o el miedo. PodrГa haberles arrancado las extremidades una tras otra alegremente sin sentir nada en absoluto. En el torso del guerrero habГa cicatrices, donde los cuchillos le habГan impactado. Lucio no podГa imaginar que aquella expresiГіn cambiara ni incluso entonces.
Lucio disfrutaba al ver las reacciones de los demГЎs al ver al luchador, encadenado como una bestia salvaje y caminando decididamente entre ellos. Algunas mujeres hicieron pequeГ±os ruidos de miedo, mientras los hombres daban un paso hacia atrГЎs y parecГan percibir instintivamente lo peligroso que era aquel hombre. El miedo parecГa favorecer que hubiera un vacГo ante Г©l y Lucio disfrutaba del efecto que tenГa aquel combatiente. Vio cГіmo EstefanГa daba un paso hacia atrГЎs a toda prisa para apartarse del camino y Lucio sonriГі.
“Le llaman el Último Suspiro”, dijo Lucio. “Jamás ha perdido una pelea y nunca deja a un rival con vida. Decid hola”, dijo sonriendo maliciosamente, “al próximo -y último- rival de Ceres”.
CAPГЌTULO SEIS
Cuando Ceres despertГі todo estaba oscuro, solo la luz de la luna que se colaba a travГ©s de los postigos y una Гєnica vela parpadeando iluminaban la habitaciГіn. Ella luchaba por recuperar la conciencia, recordando. Recordaba las garras de la bestia desgarrГЎndola y solo el recuerdo parecГa bastar para reunir el dolor en ella. Este estallГі en su espalda al darse media vuelta para ponerse de lado, lo suficientemente ardiente y repentino para hacerla gritar. El dolor la consumГa todo el rato.
“Oh”, dijo una voz, “¿te duele?”
Una silueta apreciГі ante sus ojos. Al principio Ceres era incapaz de reconocer los detalles, pero poco a poco se pusieron en su sitio. EstefanГa estaba sobre su cama, tan pГЎlida como los rayos de luz de luna que la envolvГan, formando una figura perfecta de la inocente noble, que estaba allГ para visitar a los enfermos y heridos. Ceres no tenГa ninguna duda de que era intencionado.
“No te preocupes”, dijo EstefanГa. Para Ceres, las palabras todavГa parecГan venir de muy lejos, luchando por abrirse camino entre la niebla. “Los curanderos de aquГ te dieron algo para ayudarte a dormir mientras te cosГan. ParecГan bastante impresionados porque seguГas con vida y querГan sacarte todo el dolor”.
Ceres vio que sostenГa una pequeГ±a botella. Era de un verde apagado en contraste con la palidez de la mano de EstefanГa, tapada con un corcho y brillante por el borde. Ceres vio que la chica noble sonreГa y aquella sonrisa parecГa estar hecha de puntas afiladas.
“A mГ no me impresiona que hayas logrado vivir”, dijo EstefanГa. “Esta no era para nada la idea”.
Ceres intentГі alcanzarla con la mano. En teorГa, este deberГa ser el momento perfecto para escapar. Si hubiera tenido mГЎs fuerza, podrГa haber pasado por delante de EstefanГa y haber ido hacia la puerta. Si hubiera encontrado el modo de combatir la nubosidad que parecГa llenar su cabeza hasta el punto mГЎs ГЎlgido, podrГa haber agarrado a EstefanГa y obligado a ayudarla a escapar.
Pero parecГa que su cuerpo solo la obedecГa de forma perezosa, reaccionando bastante tiempo despuГ©s de lo que ella querГa. Era lo Гєnico que Ceres pudo hacer para incorporarse envuelta con sus sГЎbanas e incluso esto le trajo una rГЎfaga de agonГa.
Vio que EstefanГa pasaba un dedo por debajo de la botella que sostenГa. “Oh, no te preocupes, Ceres. Existe una razГіn por la que te sientes tan indefensa. Los curanderos me pidieron que me asegurara de que te tomabas la dosis de tu medicina, y asГ lo hice. En parte, por lo menos. Lo suficiente para mantenerte dГіcil. No lo suficiente para quitarte el dolor, en realidad”.
“¿QuГ© he hecho para que me odies tanto?” preguntГі Ceres, aunque ya conocГa la respuesta. Ella habГa estado cerca de Thanos y Г©l la habГa rechazado. “¿Tanto te importa realmente tener a Thanos como marido?”
“No se entienden tus palabras, Ceres”, dijo EstefanГa, con otra de aquellas sonrisas en las que Ceres no veГa ninguna amabilidad de fondo. “Y yo no te odio. El odio significarГa, de algГєn modo, que tГє mereces ser mi enemiga. Dime, Вїsabes algo sobre el veneno?”
Tan solo mencionarlo fue suficiente para que el corazГіn de Ceres se acelerara y la ansiedad creciera en su pecho.
“El veneno es un arma muy elegante”, dijo EstefanГa, como si Ceres no estuviera ahГ. “Mucho mГЎs que los cuchillos y las lanzas. ВїPiensas que eres tan fuerte porque juegas a las espadas con todos los combatientes de verdad? Sin embargo, podrГa haberte envenenado fГЎcilmente mientras dormГas. PodrГa haberle aГ±adido algo a la bebida que te tomas antes de dormir. Sencillamente, podrГa haberte dado tanto que no levantaras jamГЎs”.
“Se hubieran enterado”, consiguió decir Ceres.
EstefanГa encogiГі los hombros. “¿Les hubiera importado? En cualquier caso, hubiera sido un accidente. Pobre EstefanГa, intentaba ayudar, pero realmente no sabГa lo que hacГa, le dio a nuestra nueva combatiente demasiada medicina”.
En tono de burla, se tapГі la boca con la mano como si se sorprendiera. Era la mГmica perfecta del remordimiento y la sorpresa, incluso por la lГЎgrima que brillaba en el rabillo de su ojo. Cuando volviГі a hablar, a Ceres le sonГі diferente. Su voz estaba llena de lamento y recelo. Incluso estaba un poco agarrada, como si estuviera reprimiendo la necesidad de llorar.
“Oh, no. ВїQuГ© he hecho? Yo no querГa. Yo pensaba…¡Pensaba que lo habГa hecho exactamente como me dijeron!”
Entonces se rio y, en aquel instante, Ceres vio cГіmo era realmente. Pudo ver el papel que tan cuidadosamente interpretaba EstefanГa todo el tiempo. ВїCГіmo no se daba cuenta nadie? se preguntaba Ceres. ВїCГіmo no veГan lo que habГa detrГЎs de aquellas hermosas sonrisas y la delicada risa?
“Todos piensas que soy estГєpida, Вїsabes?” dijo EstefanГa. Ahora estaba mГЎs erguida y a Ceres le pareciГі mucho mГЎs peligrosa que antes. “Me cuido mucho de asegurarme que piensen que soy estГєpida. Oh, no estГ©s tan preocupada, no voy a envenenarte”.
“¿Por quГ© no?” preguntГі Ceres. Ella sabГa que debГa de haber una razГіn.
A la luz de la vela vio que el gesto de EstefanГa se endurecГa, el ceГ±o fruncido arrugaba la piel de su frente, suave por otro lado.
“Porque esto serГa demasiado fГЎcil”, dijo EstefanГa. “DespuГ©s del modo en que Thanos y tГє me humillasteis, quiero veros sufrir. Los dos os lo merecГ©is”.
“No hay nada mГЎs que puedas hacerme”, dijo Ceres, aunque en aquel momento no parecГa que fuera asГ. EstefanГa podГa haber ido hacia su cama y la podГa haber herido de cien maneras diferentes y Ceres sabГa que hubiera estado indefensa para detener aquello. Ceres sabГa que la noble no tenГa ni idea de luchar, pero ahora mismo la podrГa vencer fГЎcilmente.
“Por supuesto que lo hay”, dijo EstefanГa. “En el mundo existen armas incluso mejores que el veneno. Las palabras adecuadas, por ejemplo. Vamos a ver. ВїCuГЎles de ellas te dolerГЎn mГЎs? Tu querido Rexo estГЎ muerto, por supuesto. Vamos a empezar con esto”.
Ceres intentГі que la conmociГіn no se reflejara para nada en su rostro. Intentaba que el dolor no se elevara lo suficiente como para que la noble pudiera verlo. Pero por la mirada de satisfacciГіn en la cara de EstefanГa, supo que debГa haber algГєn destello.
“MuriГі luchando por ti”, dijo EstefanГa. “PensГ© que querrГas saber esta parte. Esto lo hace mucho mГЎs… romГЎntico”.
“Mientes”, insistiГі Ceres, pero en algГєn lugar en su interior sabГa que no era asГ. Solo dirГa una cosa asГ si fuera una verdad que Ceres pudiese comprobar, algo que dolerГa y continuarГa doliendo cuando descubriera la realidad que habГa en ello.
“No me hace falta mentir. No cuando la verdad es mucho mejor”, dijo EstefanГa. “Thanos tambiГ©n estГЎ muerto. MuriГі luchando en Haylon, allГ mismo en la playa”.
Una nueva ola de dolor golpeГі a Ceres, apoderГЎndose de ella y amenazando con llevarse toda sensaciГіn de ella misma. HabГa discutido con Thanos antes de que este se fuera, sobre la muerte de su hermano y sobre lo que tenГa intenciГіn de hacer, luchar contra la rebeliГіn. Nunca pensГі que estas podГan ser las Гєltimas palabras que le dirГa. HabГa dejado un mensaje a Cosmas especГficamente para que no lo fueran.
“Hay otra cosa mГЎs”, dijo EstefanГa. “¿Tu hermano pequeГ±o? ВїSartes? Se lo ha llevado el ejГ©rcito. Me asegurГ© de que los que se lo llevaron no hicieran la vista gorda con Г©l solo porque era el hermano de la armera de Thanos”.
Esta vez Ceres intentГі abalanzarse sobre ella, la furia que la llenaba la impulsГі a saltar sobre la chica noble. Sin embargo, con lo dГ©bil que estaba, no tenГa ninguna posibilidad de Г©xito. SintiГі que sus piernas se enredaban con las sГЎbanas de la cama, haciГ©ndola caer al suelo y, al alzar la vista, vio a EstefanГa.
“¿CuГЎnto tiempo crees que durarГЎ tu hermano en el ejГ©rcito?” preguntГі EstefanГa. Ceres vio que su gesto cambiaba a algo parecido a una pena en plan de burla. “Pobre chico. Son muy crueles con los reclutas. Al fin y al cabo, prГЎcticamente todos ellos son unos traidores”.
“¿Por qué?” consiguió decir Ceres.
EstefanГa extendiГі sus manos. “Me quitaste a Thanos y esto era todo lo que yo habГa planeado para mi futuro. Ahora, yo te lo voy a quitar todo”.
“Te mataré”, prometió Ceres.
EstefanГa se rio. “No tendrГЎs ocasiГіn. Esto” –extendiГі su mano para tocarle la espalda y Ceres tuvo que morderse el labio para no gritar- “no es nada. Aquel pequeГ±o combate en el Stade no fue nada. Los peores combates que puedas imaginar te estarГЎn esperando, una y otra vez, hasta que mueras”.
“¿Piensas que la gente no se darГЎ cuenta?” dijo Ceres. “¿Piensas que no adivinarГЎn lo que estГЎs haciendo? Me arrojaste allГ porque pensaste que se sublevarГan. ВїQuГ© harГЎn si piensan que los estГЎs engaГ±ando?”
Ella vio que EstefanГa negaba con la cabeza.
“La gente ve lo que quiere ver. Contigo, parece ser que quieren ver a su princesa combatiente, la chica que sabe luchar tan bien como cualquier hombre. Se lo creerГЎn y te querrГЎn, hasta el punto en el que te conviertas en un hazmerreГr allГ en la arena. ObservarГЎn cГіmo te hacen pedazos, pero antes de esto aclamarГЎn para que suceda”.
Ceres solo vio cГіmo EstefanГa se dirigГa hacia la puerta. La chica noble se detuvo, se girГі hacia ella y, por un instante, pareciГі tan dulce e inocente como siempre.
“Oh, casi se me olvida. IntentГ© darte tu medicina, pero no pensГ© que podrГas tirarla de un golpe de mi mano antes de que pudiera darte suficiente”.
SacГі el botellГn que llevaba antes y Ceres vio cГіmo lo tiraba y este caГa al suelo. Se hizo aГ±icos, los trocitos se esparcieron por el suelo de la habitaciГіn de Ceres en astillas que harГan que fuera doloroso y peligroso para ella intentar regresar a la cama. Ceres no dudaba que EstefanГa habГa planeado que asГ fuera.
Vio cГіmo la chica noble agarraba la vela que iluminaba la habitaciГіn y, por poco tiempo, en el instante antes de que la apagara, la dulce sonrisa de EstefanГa se desvaneciГі de nuevo para ser sustituida por algo cruel.
“Estaré allà para bailar en tu funeral, Ceres. Te lo prometo”.
CAPГЌTULO SIETE
“Sigo diciendo que deberГamos destriparlo y arrojar su cuerpo para que los otros soldados del Imperio lo encuentren”.
“Eso es porque eres idiota, Nico. Aunque encontraran un cuerpo mГЎs entre el resto, ВїquiГ©n te dice que les importara? Y ademГЎs tendrГamos el inconveniente de llevarlo hasta algГєn lugar donde lo vieran. No. Debemos pedir un rescate”.
Thanos estaba sentado en la cueva donde los rebeldes se habГan refugiado por un instante y escuchaba cГіmo discutГan sobre su destino. TenГa las manos atadas delante de Г©l, pero por lo menos se habГan esforzado en poner un parche y vendar sus heridas, dejГЎndolo frente a una pequeГ±a hoguera para que no se congelara mientras decidГan si lo mataban a sangre frГa o no”.
Los rebeldes estaban sentados en otras hogueras, apiГ±ados a su alrededor, discutiendo quГ© podГan hacer para evitar que la isla cayera ante el Imperio. Hablaban en voz baja, para que Thanos no pudiera escuchar los detalles, pero Г©l ya habГa pillado el quid de la cuestiГіn: estaban perdiendo y perdiendo estrepitosamente. Estaban en las cuevas porque no tenГan otro lugar al que ir.
DespuГ©s de un rato, el que era evidentemente su lГder vino y se sentГі delante de Thanos, con las piernas cruzadas sobre la dura piedra del suelo de la cueva. EmpujГі un pedazo de pan que Thanos devorГі con hambre. No estaba seguro de cuГЎnto tiempo habГa pasado desde que comiГі por Гєltima vez.
“Me llamo Akila”, dijo el otro hombre. “Estoy al mando de esta rebelión”.
“Thanos”,
“¿Solo Thanos?”
Thanos notГі la curiosidad y la impaciencia en su respuesta. Se preguntaba si el otro hombre habГa descubierto quien era. De cualquier modo, la verdad parecГa ser la mejor opciГіn en aquel momento.
“PrГncipe Thanos”, confesГі.
Akila permaneciГі sentado delante de Г©l durante varios segundos y Thanos se preguntaba si era entonces cuando iba a morir. HabГa estado muy cerca cuando los rebeldes pensaron que era solo otro noble sin nombre. Ahora que ya sabГan que pertenecГa a la familia real, que era cercano al rey que tanto los oprimГa, parecГa imposible que hicieran otra cosa.
“Un prГncipe”, dijo Akila. MirГі a los demГЎs, que estaban a su alrededor, y Thanos vio un destello de sonrisa. “Hey, chicos, tenemos a un prГncipe aquГ”.
“¡Entonces está claro que debemos pedir un rescate por él!” exclamó uno de los rebeldes. “¡Valdrá una fortuna!”
“EstГЎ claro que deberГamos matarlo”, dijo otro bruscamente. “¡Pensad en todo lo que nos han hecho los de su especie!”
“De acuerdo, ya es suficiente”, dijo Akila. “Concentraos en la batalla que tenemos por delante. Esta será una noche larga”.
Thanos escuchГі un ligero suspiro de otro hombre mientras los hombres volvГan a sus hogueras.
“¿No está yendo bien, entonces?” dijo Thanos. “Antes dijiste que vuestro bando estaba perdiendo”.
Akila le dirigiГі una mirada penetrante. “Yo debo saber cuando tengo que cerrar la boca. QuizГЎs deberГas saberlo tГє tambiГ©n”.
“De todas formas, estáis pensando si me matáis”, resaltó Thanos. “Me imagino que no tengo mucho que perder”.
Thanos esperГі. Este no era el tipo de hombre al que debГa insistir para que le diera respuestas. HabГa algo duro en Akila. Thanos imaginaba que le hubiera gustado si lo hubiera conocido en otras circunstancias.
“De acuerdo”, dijo Akila. “SГ, estamos perdiendo. Tus Imperiales tienen mГЎs hombres que nosotros y no os importa el daГ±o que podГЎis hacer. La ciudad estГЎ sitiada por tierra y por mar, asГ que nadie puede escapar. Lucharemos desde las colinas, pero cuando podГЎis reabasteceros por agua, no hay mucho que nosotros podamos hacer. Draco puede que sea un asesino, pero es inteligente”.
Thanos asintió con la cabeza. “Lo es”:
“Y evidentemente, tú probablemente estabas allà cuando lo planearon todo”, dijo Akila.
Ahora Thanos lo comprendГa. “¿Era esta la esperanza que tenГas? ВїQuГ© yo conociera todos sus planes?” NegГі con la cabeza. “No estaba allГ cuando los hicieron. Yo no querГa estar aquГ y solo vine porque me escoltaron hasta el barco bajo vigilancia. QuizГЎs si hubiera estado allГ, hubiera escuchado la parte en la que planearon apuГ±alarme por la espalda”.
Entonces pensГі en Ceres, en el modo en que le habГan obligado a dejarla atrГЎs. Esto dolГa mГЎs que todo lo demГЎs junto. Si alguien en una situaciГіn de poder iba a intentar matarlo a Г©l, ВїquГ© le harГan a ella? se preguntaba.
“Tienes enemigos”, Akila estaba de acuerdo. Thanos vio cómo apretaba y relajaba una mano, como si la larga batalla por la ciudad hubiera empezado a provocarle calambres. “Incluso son mis mismos enemigos. Aunque no sé si esto te convierte en mi amigo”.
Thanos echГі una atenta mirada al resto de la cueva. Al asombrosamente bajo nГєmero de soldados que allГ quedaban. “Ahora mismo, parece que podrГas arreglГЎrtelas con todos los amigos que tienes”.
“AГєn asГ eres un noble. TodavГa tienes tu posiciГіn a causa de la sangre del pueblo llano”, dijo Akila. SuspirГі de nuevo. “Parece ser que si te mato, harГ© lo que Draco y sus capitanes quieren, pero como tГє bien me has dicho, no saco nada contigo. Tengo una batalla que ganar y no tengo tiempo de tener prisioneros si estos no saben nada. Es decir, ВїquГ© se supone que tengo que hacer contigo, PrГncipe Thanos?”
A Thanos le dio la impresiГіn de que hablaba en serio. De que realmente querГa una soluciГіn mejor. Thanos pensГі rГЎpidamente.
“Creo que tu mejor opción es soltarme”, dijo.
Akila rio ante esto. “Buen intento. Si esto es lo mejor que puedes parecer, quédate quieto. Intentaré que sea lo menos doloroso posible”.
Thanos vio que su mano iba hacia una de sus espadas.
“Lo digo en serio”, dijo Thanos. “No puedo ayudarte a ganar la batalla por la isla si estoy aquГ”.
VeГa la incredulidad de Akila y la certeza de que aquello tenГa que ser una trampa. Thanos continuГі rГЎpidamente, sabiendo que la Гєnica esperanza de supervivencia en los siguientes pocos minutos yacГa en convencer a este hombre de que Г©l querГa ayudar a la rebeliГіn.
“Tú mismo dijiste que uno de los mayores problemas es que el Imperio tiene a su flota respaldando el ataque”, dijo Thanos. “Sé que dejaron provisiones en los barcos porque estaban deseosos de ir al ataque. Asà que podemos tomar sus barcos”.
Akila se puso de pie. “¿Lo habГ©is oГdo, chicos? Este prГncipe que tenemos aquГ tiene un plan para arrebatar los barcos al Imperio”.
Thanos vio que los rebeldes empezaban a reunirse alrededor.
“¿De quГ© nos servirГa?” preguntГі Akila. “Tomamos sus barcos, pero ВїdespuГ©s quГ©?”
Thanos se explicó lo mejor que pudo. “Por lo menos, proporcionará una ruta de escape para algunas de las personas de la ciudad y para más de tus soldados También dejaremos sin provisiones a los soldados del Imperio, de modo que no podrán continuar por mucho tiempo. Y luego están las balistas”.
“¿QuГ© son?” exclamГі uno de los rebeldes. ParecГa que no llevaba mucho como soldado. Por lo que Thanos veГa, muy pocos de los que habГa allГ lo parecГan.
“Lanzadoras de flechas”, explicó Thanos. “Armas diseñadas para hacer daño a otros barcos, pero que si se dirigen contra los soldados que estén cerca de la orilla…”
Akila parecГa, por lo menos, estar considerando las posibilidades. “Esto serГa algo”, admitiГі. “Y podemos prender fuego a los barcos que no usemos. Como poco, Draco harГa retroceder a sus hombres para intentar recuperar sus barcos. Pero ВїcГіmo tomamos esos barcos para empezar, PrГncipe Thanos? SГ© que de donde tГє vienes, si un prГncipe pide algo, lo consigue, pero dudo que esto se aplique a la flota de Draco”.
Thanos se obligГі a asГ mismo a sonreГr con un nivel de seguridad que no sentГa. “Eso es casi exactamente lo que haremos”.
De nuevo, Thanos tuvo la impresiГіn de que Akila lo estaba comprendiendo mГЎs rГЎpido que cualquiera de sus hombres. El lГder rebelde sonriГі.
“EstГЎs loco”, dijo Akila. Thanos no sabГa si aquello era un insulto o no.
“Hay suficientes muertos en la playa”, explicГі Thanos, para que los demГЎs lo entendieran. “Les quitamos las armaduras y nos dirigimos a los barcos. Conmigo allГ, parecerГЎ que somos una compaГ±Гa de soldados que vuelve de la batalla en busca de provisiones”.
“¿Qué pensáis?” preguntó Akila.
Con la hoguera que parpadeaba dentro de la cueva, Thanos no podГa distinguir a los hombres que hablaban. En vez de eso, sus preguntas parecГan salir de la oscuridad, de manera que no podГa saber quiГ©n estaba de acuerdo con Г©l, quiГ©n dudaba de Г©l y quiГ©n lo querГa muerto. AГєn asГ, esto no era peor que la polГtica que habГa donde Г©l venГa. En muchos aspectos, era mejor, ya que por lo menos nadie le estaba sonriendo por delante mientras conspiraba para matarle.
“¿Qué pasa con los guardias de los barcos?” preguntó uno de los rebeldes.
“No habrá muchos”, dijo Thanos. “Y sabrán quién soy”.
“¿Qué pasa con toda la gente que morirá en la ciudad mientras nosotros hacemos esto?” exclamó otro.
“Ahora estГЎn muriendo”, insistiГі Thanos. “Como mГnimo, de este modo tenГ©is una manera de defenderos. HagГЎmoslo bien y podremos salvar a cientos, sino a miles de ellos”.
Se hizo el silencio y la Гєltima pregunta saliГі como una flecha.
“¿Podemos fiarnos de Г©l, Akila? No es solo uno de ellos, es un noble. Un prГncipe”.
Thanos girГі al contrario de la direcciГіn en que venГa la voz, para que todos pudieran ver su espalda. “Me apuГ±alaron por la espalda. Me abandonaron para que muriera. Tengo tantos motivos para odiarles como cualquier hombre que estГ© aquГ”.
En aquel instante, no solo pensaba en el TifГіn. Pensaba en todo lo que su familia le habГa hecho a la gente de Delos y en todo lo que le habГan hecho a Ceres. Si no le hubieran obligado a ir a la Plaza de la Fuente, nunca hubiera estado allГ cuando su hermano muriГі.
“Podemos quedarnos aquГ sentados”, dijo Thanos, “o podemos actuar. SГ, serГЎ peligroso. Si descubren nuestro engaГ±o, probablemente estamos muertos. Yo estoy dispuesto a arriesgarme. ВїY vosotros?” Al no responder nadie, Thanos alzГі la voz. “¿Y vosotros?”
Le vitorearon como respuesta. Akila se acercГі a Г©l y puso una mano encima del hombro de Thanos.
“De acuerdo, PrГncipe, parece ser que haremos las cosas a tu manera. Saca esto adelante y tendrГЎs un amigo de por vida”. ApretГі la mano hasta que Thanos sintiГі que el dolor llegaba hasta su espalda.
“Pero traiciónanos, haz que maten a mis hombres y te juro que te perseguiré”.
CAPГЌTULO OCHO
HabГa partes de Delos a las que Berin no iba normalmente. Eran partes que para Г©l apestaban a sudor y a desesperaciГіn, pues la gente hacГa todo lo necesario para buscarse la vida. RechazГі ofertas provenientes de las sombras, lanzando miradas duras a los que allГ moraban para mantenerlos alejados.
Si descubrГan el oro que llevaba encima, Berin sabГa que le cortarГan el cuello, abrirГan el monedero que llevaba bajo la tГєnica y los gastarГan todo en las tabernas del pueblo y en las casas de juego antes de que acabara el dГa. Eran lugares asГ los que Г©l buscaba ahora, porque ВїdГіnde sino iba a encontrar soldados cuando no estГЎn trabajando? Como herrero, Berin conociГі luchadores y conocГa los lugares a los que iban.
TenГa oro porque habГa ido a ver a un mercader y se habГa llevado dos puГ±ales que habГa forjado como muestras para aquellos que podГan darle trabajo. Eran objetos hermosos, dignos del cinturГіn de cualquier noble, trabajados con filigranas de oro y con escenas de caza grabadas en las hojas. Eran los Гєltimos objetos de valor que le quedaban en el mundo. HabГa hecho cola junto a otras doce personas delante de la mesa del mercader y no habГa conseguido ni la mitad de lo que Г©l sabГa que valГan.
Para Berin, eso no tenГa importancia. Lo Гєnico que importaba era encontrar a sus hijos y eso requerГa oro. Oro que podГa usar para comprar cerveza para las personas adecuadas, oro que podГa apretar contra las manos adecuadas.
Se abrГa camino a travГ©s de las tabernas de Delos y este era un proceso lento. No podГa simplemente salir y hacer las preguntas que querГa hacer. DebГa ir con cuidado. Ayudaba el hecho que tenГa algunos amigos en la ciudad y algunos mГЎs en el ejГ©rcito del Imperio. A lo largo de los aГ±os, sus espadas habГan salvado la vida a mГЎs de un hombre.
EncontrГі al hombre que buscaba medio borracho a media tarde, sentado en una taberna y oliendo tan mal que se habГa creado un espacio libre a su alrededor. Berin imaginГі que tan solo el uniforme del Imperio era lo que evitaba que lo echaran a la calle. Bien, esto y el hecho que Jacare estaba tan gordo que hubieran hecho falta la mitad de clientes de la taberna para levantarlo.
Berin vio que el hombre alzaba la vista mientras él se acercaba. “¿Berin? ¡Mi viejo amigo! ¡Ven a beber conmigo! Aunque te tocará pagar a ti. Ahora mismo estoy un poco…”
“¿Gordo? ВїBebido?” adivinГі Berin. SabГa que al otro no le importarГa. El soldado parecГa esforzarse por ser el peor ejemplo del ejГ©rcito Imperial. Incluso parecГa enorgullecerse de manera perversa de ello.
“…mal económicamente”, acabó Jacare.
“PodrГa ayudarte con esto”, dijo Berin. PidiГі bebidas, pero no tocГі la suya. DebГa mantener la cabeza despejada si tenГa que encontrar a Ceres y a Sartes. A cambio, esperГі mientras Jacare se terminaba la suya con un ruido que a Berin le pareciГі el de un burro en un abrevadero.
“¿Y qué trae a un hombre como tú ante mi humilde presencia?” preguntó Jacare después de un rato.
“Vengo en busca de noticias”, dijo Berin. “El tipo de noticias que un nombre en tu posición puede haber escuchado”.
“Ah, bien, noticias. Las noticias son un asunto que tiene sed. Y probablemente caro”.
“Estoy buscando a mi hijo y a mi hija”, explicГі Berin. Con otra persona, esto podrГa haberle valido algo de compasiГіn, pero sabГa que con un hombre como aquel, esto no tendrГa mucho efecto.
“¿Tu hijo? Nesos, ¿verdad?”
Berin se inclinГі sobre la mesa y puso su mano cerca de la muГ±eca de Jacare cuando este se disponГa a tomarse otro trago. No le quedaba mucha de la fuerza que habГa conseguido forjando martillos, pero tenГa la suficiente para hacer que el otro hombre hiciera un gesto de dolor. Bien, pensГі Berin.
“Sartes”, dijo Berin. “Mi hijo mayor está muerto. El ejército se llevó a Sartes. Sé que tú oyes cosas. Quiero saber dónde está y quiero saber dónde está mi hija, Ceres”.
Jacare se recostГі y Berin dejГі que lo hiciera. No estaba seguro de si podrГa haberlo retenido durante mucho tiempo, de todos modos.
“Es el tipo de cosa que puede que haya escuchado”, confesГі el soldado, “pero este tipo de cosas son difГciles. Yo tengo gastos”.
Berin sacГі el pequeГ±o monedero con el oro. Lo vertiГі sobre la mesa, lo suficientemente lejos para que el otro hombre no pudiera cogerlo fГЎcilmente.
“¿Esto cubrirГЎ tus “gastos”?” preguntГі Berin, mientras miraba hacia la copa del otro hombre. Vio cГіmo el hombre contaba el oro, probablemente calculando si podГa conseguir mГЎs.
“Tu hija es la fГЎcil”, dijo Jacare. “EstГЎ en el castillo con los nobles. Anunciaron que iba a casarse con el PrГncipe Thanos”.
Berin soltГі un suspiro de alivio ante eso, aunque no estaba seguro de quГ© pensar. Thanos era uno de los pocos nobles con algo de decencia para Г©l, Вїpero un matrimonio?
“Tu hijo es mas complicado. DГ©jame pensar. EscuchГ© que algunos reclutadores de la VeintitrГ©s estaban haciendo rondas por tu barrio, pero no hay garantГas de que fueran ellos. Si lo son, estГЎn acampados un poco mГЎs al sur, intentando entrenar a los reclutas para que luchen contra los rebeldes”.
Al pensarlo la bilis subiГі hasta la boca de Berin. PodГa imaginar cГіmo el ejГ©rcito tratarГa a Sartes y lo que significarГa aquel “entrenamiento”. DebГa recuperar a su hijo. Pero Ceres estaba mГЎs cerca y lo cierto era que debГa ver a su hija antes de ir en busca de Sartes. Se puso de pie.
“¿No vas a acabarte tu bebida?” preguntó Jacare.
Berin no respondiГі. Iba a ir al castillo.
***
Para Berin era mГЎs fГЎcil entrar en el castillo de lo que lo hubiera sido para cualquier otro. HabГa pasado un tiempo, pero habГa sido Г©l el que habГa venido aquГ para hablar de los requisitos de las armas de los combatientes o para traer piezas especiales para los nobles. Fue muy sencillo fingir que habГa vuelto por trabajo y pasar por delante de los guardias de las puertas exteriores hasta llegar al espacio donde los luchadores se preparaban.
El siguiente paso era ir de allГ hasta donde fuera que estuviera su hija. HabГa una puerta con rejas entre el espacio abovedado donde los guerreros practicaban y el resto del castillo. Berin tuvo que esperar a que esta se abriera desde el otro lado, pasar a toda prisa por delante del guardia que lo hizo e intentar fingir que tenГa algo muy importante que hacer en algГєn otro lugar del castillo.
AsГ lo hizo, pero la mayorГa de los que estaban en aquel lugar no lo iba a entender de ese modo.
“¡Eh, tú! ¿Dónde te crees que vas?”
Berin se quedГі paralizado ante el duro tono de aquella frase. Antes de girarse sabГa que habrГa un guardia allГ y que no tenГa una excusa que lo satisficiere. Por ahora, lo mejor que podГa esperar era que lo echaran del castillo antes de que pudiera acercarse a ver a su hija. Lo peor supondrГa las mazmorras del castillo o quizГЎs que lo arrastraran para ejecutarlo donde nadie supiera jamГЎs.
Al girarse vio a dos guardias que evidentemente habГan sido soldados del Imperio durante un tiempo. TenГan tantas canas en el pelo como Berin por aquel entonces, con el aspecto curtido de los hombres que habГan pasado mucho tiempo luchando bajo el sol a lo largo de muchos aГ±os. Uno le sacaba una cabeza a Berin, pero estaba ligeramente encorvado sobre la lanza en la que estaba inclinado. Г‰l otro tenГa una barba que habГa lubricado y encerado hasta que tuvo un aspecto tan afilado como el arma que sostenГa. El alivio inundГі a Berin al verlos, pues los reconocГa a ambos.
“¿Varo, Caxo?” dijo Berin. “Soy yo, Berin”.
Hubo tensiГіn por un instante y Berin tenГa la esperanza de que los dos lo recordaran. Entonces los guardias se echaron a reГr.
“Pues sà que lo eres”, dijo Varo, levantándose de su lanza por un instante. “No te hemos visto durante…¿cuánto tiempo, Caxo?”
El otro se acariciaba la barba mientras pensaba. “Han pasado meses desde que estuvo aquГ por Гєltima vez. En realidad no habГamos vuelto a hablar desde que me entregГі aquellos brazales el verano pasado”.
“He estado fuera”, explicГі Berin. No dijo dГіnde. Puede que no pagaran mucho a sus herreros, pero dudaba que reaccionaran bien al hecho de que buscara trabajo en otro lugar. Normalmente a los soldados no les gustaba la idea de que sus enemigos recibieran buenas espadas. “Han sido tiempos difГciles”.
“Han sido tiempos difГciles por todas partes”, coincidiГі Caxo. Berin vio que fruncГa ligeramente el ceГ±o. “AГєn asГ esto no explica quГ© estГЎs haciendo tГє en el castillo principal”.
“No deberГas estar aquГ, herrero, y lo sabes”, coincidiГі Varo.
“¿A quГ© se debe?” preguntГі Caxo. “¿Una reparaciГіn de urgencia para la espada favorita de algГєn chaval noble? Creo que nos habrГamos enterado si Lucio hubiera roto una espada. Probablemente hubiera azotado a sus sirvientes en carne viva”.
Berin sabГa que no podrГa escapar con una mentira asГ. A cambio, optГі por intentar lo Гєnico que podГa funcionar: la honestidad. “Estoy aquГ para ver a mi hija”.
Escuchó cómo Varo aspiraba aire entre los dientes. “Uy, eso es complicado”.
Caxo asintiГі con la cabeza. “El otro dГa la vi luchando en el Stade. Es dura la pequeГ±a. MatГі a un oso cubierto de espinas y a un combatiente. Aunque fue una lucha dura”.
A Berin se le tensГі el corazГіn en el pecho al oГrlo. ВїTenГan a Ceres luchando en la arena? Aunque sabГa que luchar allГ habГa sido su sueГ±o, aquello no parecГa su realizaciГіn. No, aquello era algo mГЎs.
“Tengo que verla”, insistió Berin.
Varo inclinó la cabeza hacia un lado. “Como te dije, es complicado. Nadie entra a verla ahora. Órdenes de la reina”.
“Pero yo soy su padre”, dijo Berin.
Caxo extendió sus manos. “No hay mucho que nosotros podamos hacer”.
Berin pensГі con rapidez. “¿No hay mucho que podГЎis hacer? ВїEso fue lo que te dije cuando necesitaste que arreglara la empuГ±adura de tu lanza a tiempo para que tu capitГЎn no viera que la habГas roto?”
“Dijimos que no hablarГamos de ello”, dijo el guardia, con una mirada de preocupaciГіn.
“¿Y qué me dices de ti, Varo?” continuó Berin, presionando con su argumento antes de que el otro pudiera echarlo. “¿Dije que era “complicado” cuando necesitaste una espada que de verdad se adaptara a tu mano, mejor que lo que te dieron en el ejército?”
“Bueno…”
Berin no se detuvo. Lo importante era hacer presiГіn para superar sus objeciones. No, lo importante era ver a su hija.
“¿CuГЎntas veces mi trabajo os ha salvado la vida?” exigiГі. “Varo, tГє me contaste la historia de aquel lГder bandido tras el que iba tu unidad. ВїDe quiГ©n era la espada que usaste para matarlo?”
“Tuya”, confesó Varo.
“Y Caxo, cuando querГas todas aquellas filigranas en tus grebas para impresionar a aquella chica con la que te casaste, Вїa quiГ©n acudiste?”
“A ti”, dijo Caxo. Berin vio cómo reflexionaba.
“Y esto fue antes de los dГas en que os seguГa por todas partes cuando ibais de campaГ±a militar”, dijo Berin. “Y cuando…”
Caxo levantó una mano. “De acuerdo, de acuerdo. Vamos al grano. La habitación de tu hija está más alejada. Te mostraremos el camino. Pero si alguien pregunta, solo te estamos acompañando hasta fuera del edificio”.
Berin dudaba que alguien preguntara, pero eso no importaba ahora mismo. Solo importaba una cosa. Iba a ver a su hija. SiguiГі a los dos a lo largo de los pasillos del castillo, hasta llegar finalmente a una puerta con rejas que estaba cerrada desde fuera. Como tenГa la llave puesta en el cerrojo, la girГі.
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